lunes, julio 17, 2006

Ayer pasó el pasado lentamente
con su vacilación definitiva
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente.
MARIO BENEDETTI

ENCUENTROS
Por Juan Pablo Matarredona

No suele ser grato encontrarse contigo, pero en algún momento debía hacerlo. Ha sido recurrente en mi actuar el tenerte miedo. Todo por huir de Aquél: he salido corriendo, despavorido, sin el valor de enfrentarlo y, entonces, al regresar te veo y me provocas temor. ¿Por qué?… ¡Ah, qué buena pregunta!
Debería verte con gusto, con interés, pero cuando estás cerca acostumbro girar la mirada, evadirme de ti, como si no estuvieses allí. Te he evitado, lo acepto. Te he negado, confieso.
Son ya casi dos años de esconderme. La primera vez que escapé fue todo muy rápido, no supe lo que hacía; de pronto estaba lejos, tan lejos como para comenzar a extrañarte. Ahí te presumí, fardé todo lo que pude por causa tuya. Al principio me vi desprendido de tu yugo, pero no pasó mucho tiempo antes de que creyese necesitarte; cada vez más y más. Cuando hay miles de kilómetros de por medio saltan las bondades de lo que dejamos del otro lado, los defectos desaparecen rápidamente.
La añoranza fue mi gran debilidad. Busqué mi pronto regreso para llegar a tu encuentro, para que me recordases quién soy; pero al volver, en el momento que te vi, temí. Así permanecí durante meses: cerca de ti, pero sin el valor de enfrentarte. En un par de ocasiones fue imposible evitarte, pero procuré prestar la menor atención, luché por no mostrarme interesado en ti.
Las cosas transcurrieron normalmente, pero los problemas con Aquél crecieron día a día hasta que me vi orillado a correr de nuevo. Si la primera vez tuve miedo, ahora era pavor, no podía estar cerca de él, me devoraría. Así pasaron meses, te olvidé, te enterré. Pero algo -no sé bien qué- me animó a regresar. Esta vez no te extrañé, no pensé en ti, no eras el motivo de mi retorno.
Al volver no te vi, no te busqué, jamás me crucé contigo. Y no sé cómo hubiese reaccionado de haber tenido un encuentro los primeros días. Pero hoy las cosas son distintas, he dejado el temor a un lado. Hace semanas comencé a extrañarte y a indagar por ti… Sorpresivamente has aparecido. Ambos nos hemos buscado y, por fin, nos hallamos. Ahora veo con claridad todo aquello que decidí olvidar para que me aceptasen unos cuantos.
Lo que me perturbaba era tu faceta más reciente, la de la traición. Siempre imaginé que el pasado tiene como fachada los acontecimientos más actuales; ahora veo que tiene la cara que deseamos verle. Ya no eres uno, eres múltiple. Ya no eres malo ni bueno, eres lecciones, experiencia, amistades, sentimientos, pensamientos, errores, aciertos, eres yo y cada uno de los factores que me han formado. Eres grande y, por ende, me transmites tu magnificencia. Debo decir, entonces, ¡somos grandes!

jueves, junio 15, 2006

Es hermoso no resignarse a olvidar.
ARTURO PÉREZ-REVERTE, El maestro de esgrima.

DE TU EJEMPLO VIVO
Por Juan Pablo Matarredona

Hay temporadas que me gustan más que otras. No creo ser el único que piensa así, es que –hay que ser francos– algunas épocas nos hacen más felices, como la Navidad o las vacaciones de verano.
Estos días son así, de los que me ponen de mejor humor. Sé que parece extraño, pero es tu memoria la que me da la felicidad. No puedo esperar a que sea domingo para ir a platicar contigo, llevarte flores y sentarme sobre tu lápida por el resto del día… tu día, nuestro día.
Con ésta ya van a ser diez las veces que disfrutamos así el tercer domingo de junio. También fue un tercer domingo, pero de marzo, cuando los perdí a los tres, sí, también tres.
Ya te imaginarás cómo están las cosas por acá, se habla en televisión a todas horas sobre los papás (bueno, no tanto como otros años porque hay fútbol y campañas electorales, pero aun así se habla). Mis amigos renuevan las relaciones con sus padres –que todavía viven–, y se les escapa el presumir lo maravillosos que han sido siempre con ellos: que si les regalaron un coche, si les pagaron la escuela, si los llevaron de vacaciones a Europa… todas esas cosas que ustedes hacen por los hijos.
Pero son pocos los que tienen una relación tan profunda como la nuestra. No habrás podido invertir muchos años en mí, por cuestiones de mortalidad, pero siempre estuviste dispuesto a intimar lo necesario para compenetrar hasta el fondo.
Fueron muchas horas de diversión, algunas otras de regaños. Aquellos ratos de hacer ejercicio juntos, de poner a prueba tus músculos y mi resistencia, de contener el dolor y el cansancio. No importaban las secuelas que permanecían por días; ese momento a tu lado valía el sufrimiento físico.
Las salidas al cine para ver las películas de moda, ésas de las que todo el mundo hablaba, pero sólo tú sabías dar una opinión y una crítica certeras. Las comidas familiares. Los campamentos que hacías con Gerardo y conmigo: los tres hombres de la casa juntos frente a la naturaleza y sin mujeres. Los viajes a diferentes zonas del país, donde siempre supiste mostrarnos las distintas culturas que hay en esta nación tan compleja.
Pero, sobre todo, los momentos de consejo. Lograste constituirte como mi guía espiritual. Cada vez que enfrenté algún problema, allí estuviste para indicarme cómo arreglarlo y a qué soluciones debía recurrir. La convivencia de padre e hijo te llevó a ser el mejor educador sexual que se haya erigido en toda la historia. No creo que algún otro progenitor tuviese la madera que poseías para enseñar con tanto conocimiento en ese rubro.
Fueron tantos y tan variados nuestros momentos que todos sus recuerdos me producen alegría; bueno, casi todos. Sólo hay uno que no resultó para bien, no por lo que pasó, sino por sus resultados. Debo dejar en claro que te comportaste como todo un hombre aquella noche, como esperaba que te comportases.
Ese tercer domingo de marzo mi madre fue la imprudente. Tu embriaguez no era pretexto suficiente para no dejarte entrar a casa; por eso fui yo quien te abrió la puerta, para que pudieses darle una lección por buscar imponer su parecer y porque tú, le gustase o no, eras el jefe del hogar.
Me agradó la forma en que probaste tu musculatura contra su cuerpo, ¡qué mejor manera de educar! Lo de la pistola no era necesario, pero se veía muy bien. El problema fue la inmadurez de Gerardo al confrontarte; fue lo que te llevó a tomar la decisión adecuada: defender tu vida ante la terrible amenaza de una mujer y un pequeño.
Lo que nunca he comprendido es por qué acercaste el cañón a tu cabeza. Por más que le doy vueltas no llego a encontrar una explicación lógica. ¿Por qué dejarme solo y no llevarme con ustedes? Sólo quedé yo, y estoy aquí, esperando el momento de tener más edad para ser un padre tan cariñoso y dedicado como lo fuiste tú, que entregaste hasta la vida por tu familia.

domingo, junio 11, 2006

DIATRIBA PARA EL SEÑOR LÓPEZ
Por Juan Pablo Matarredona

Algunas ideas prestadas que encajan muy bien con los sentimientos y pensamientos que me provoca el señor López cuando le escucho hablar o es sujeto de reportes noticiosos:

No sé por qué pero López, con perdón de ustedes si así se llaman, me suena a ratero cínico. FERNANDO VALLEJO, La virgen de los sicarios.

Que el dios de los pobres y el espíritu de nuestro pueblo guíen su camino. HUGO CAMERAS, candidato a diputado por el PRD. (No hay mejor manera de desearle la miseria; vaya dios, dónde tiene a sus feligreses)

Sospechosas se me antojan frases tan dulces en boca de semejante malvado. WILIAM SHAKESPEARE, El mercader de Venecia.

De los ladrones, amigo, es el reino de este mundo y más allá no hay otro. Siguen polvo y gusanos. Así que a robar, y mejor en el gobierno que es más seguro y el cielo es para los pendejos. FERNANDO VALLEJO, La virgen de los sicarios.

La aflicción que nos causa lo que no tenemos me parece provenir de la ingratitud que manifestamos por lo que tenemos. DANIEL DEFOE, Aventuras de Robinson Crusoe.

La historia nos ha enseñado que la naturaleza del hombre es malvada hasta extremos sublimes. El bien no se puede perfeccionar, pero la maldad sí. ELIZABETH KOSTOVA, La historiadora.

"No reconozcas nada", le decía una y otra vez a Gary. La sabiduría de su vida estaba contenida en aquella frase. NORMAN MAILER, La canción del verdugo.

El león cree que todos son de su condición. Proverbio popular.

Los pobres son así: agradecen para poder seguir pidiendo. FERNANDO VALLEJO, La virgen de los sicarios.

Por ser traidor hasta con la traición, lo amaban las gentes honorables. JULIO CORTÁZAR, El poeta propone su epitafio.

A cabrón, cabrón y medio. Proverbio popular.

El primer arte que deben aprender los que aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio. SÉNECA.

Tu opinión era la correcta y cualquier otra era errónea, excéntrica. FRANZ KAFKA, Carta al padre.

Entre más hablas de una cosa, menos esa cosa es. DAVID LYNCH.

El trabajo en equipo sólo sirve de eslabón, luego el ser evolucionado se lanza por la gloria personal. CHARLES MONTGOMERY BURNS, Los Simpson.

Doubt can be a bond as powerful and sustaining as certainty. JOHN PATRICK SHANLEY, Doubt.

UN POCO DE MI COSECHA:

Parte de la perfección es aceptar que no eres perfecto.

Que sean pobres no significa que sean miserables.

No sucede que el malo sea castigado y el bueno reciba su recompensa.

* Discurso o escrito violento e injurioso contra alguien o algo

domingo, junio 04, 2006


Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas.
CAYO CORNELIO TÁCITO

EN AQUEL LADO
Por Juan Pablo Matarredona

Allí estoy. Hablo, observo, pienso, analizo, todo al mismo tiempo. Pero es allí donde estoy, de aquel lado, no de este. Tú eres mi presa, eres el objeto de mi crítica. Créelo y témelo: los errores salen caros conmigo, no paso por alto ni el mínimo detalle.
En muchas ocasiones me han preguntado cuál es mi pasatiempo preferido. La mayoría de las veces respondo que la lectura o escuchar música; otras, simplemente, guardo silencio. Sea una u otra mi reacción frente a ese cuestionamiento, siempre he mentido. Ahora veo cuál es mi mejor forma de entretención: la crítica, el recalcar tus equivocaciones.
Ten cuidado en la manera conque me lees. Vas muy lento, ¿qué? ¿No sabes leer aprisa? Apúrate, concéntrate, mueve la mirada, abstrae más rápido, ¡vamos, lee, lee, lee!
Si voy en el auto, les veo manejar, les grito, me quejo, les ‘aviento’ el coche. Y a ese otro, pobre peatón, también lo someto a examen: Que si tiene la decencia de cruzar por el paso de cebra, si lleva a su bebé y atraviesa sin la menor precaución, si prefiere pasar por debajo del puente, si cree que es de hule y nada le importa: “¡Has de comer ligas, cab…n!”.
Y pobres de mis compañeros comunicadores –no comunicólogos, amigo lector, de esos hay muy pocos y no se exponen en los medios de comunicación– , son pocos los que se salvan de mi escrupulosa pesquisa. Qué duro he sido con gente tan humilde y trabajadora, pero no me disculpo, sigo pensando lo mismo de ustedes Gutiérrez Vivó, Paco Granillo, Origel, Uriel, Román, Adal, Omar Chaparro, Ciro Gómez Leyva, Germán Dehesa, René Franco, Olallo Rubio y todos los que se me olviden en este momento; les absuelvo de sus pecados mientras no cometan más.
¿Estás cansado de leer? Ya me percato. Vaya, se nota que no hojeas ni medio libro al año, ¡ignorante! Sí, lo sé, también se nota que no gano simpatías con esta malsana obsesión, esta fijación por alejarme de mí, por acudir a ti, y al otro, y a la otra… Por no pensar en lo que llevo dentro, por temer a mi propia crítica, por no saber cómo ordenar el caos en mi interior… Mucho tiempo ha que dejé de ver hacia dentro, este parece un buen momento para volver a acudir a mí. Deséame suerte, estimado objeto de mis críticas; voy a realizar un profundo viaje.


CONSEJO PARA EL SEÑOR CERATI
Gustavito, decide bien adónde vas. No te quejes cuando te pregunten por Soda Stereo, si eres tú quien da a los periodistas biografías en las que la banda abarca casi el setenta por ciento del contenido. Si quieres olvidar a un muertito, no le reces ni le enciendas velas y, de paso, esconde sus fotografías. Pero, por favor, no tengas en ermita su imagen para después renegar cuando alguien le mire y lo traiga a colación. Parece que no eres muy amigo de la congruencia.

domingo, mayo 28, 2006

Not OK

No he podido escribir en las últimas semanas... Mi columna no ha sido publicada. Estoy pasando un periodo complicado. Hoy, en especial, no me siento bien. Parece que el mundo se me ha escapado y no sé cómo remediarlo.

domingo, abril 30, 2006

No ves lo que eres, sino su sombra.
RABINDRANATH TAGORE

DE MALDAD ESTÁ HECHO EL HOMBRE.
Por Juan Pablo Matarredona

¿Has pensado alguna vez en porqué son importantes? Yo, nunca. Pero si no lo fueran, no existirían. Al menos eso quiero creer, pues siempre me conduzco con la premisa “todo tiene una razón de ser “,entendiendo a esta como fin.
Tal vez lleven consigo algo más que una imagen. Vayamos por pasos. Consisten en la representación visual de un objeto, sí, eso es evidente; y también lo es su mayor oscuridad contra la del fondo en que son proyectadas. Pero, ¿significará eso algo?
Si nos guiamos solamente por lo físico, podemos estar seguros de que nos llevan de una representación tridimensional a un mundo de sólo dos dimensiones, son reduccionistas, responden al tan de moda back to basics.
Por alguna razón, iconográficamente la luz siempre ha sido identificada con lo bueno, con lo celestial. También es cierto que sin algún tipo de luz, ellas no se presentarían, no nos acompañarían. Aunque tampoco podemos negar que está en su naturaleza huir de las fuentes lumínicas; a pesar de ser producto suyo. Son como los hijos que estamos atados a nuestros padres, pero renegamos en todo momento de su autoridad y profundo saber.
No les podemos abrazar, no les podemos tocar ni oler. Son incorpóreas, pero también cambiantes ya sea en su contorno, longitud, altura o tonalidad. Pero tienen una constante: siempre tienden a la oscuridad.
Algunas de ellas pueden tener una apariencia divina, si se les observa con atención y sin prejuicios; como la hija de mi vecina quien, por cierto, está desaparecida (entiéndase “no aparece”, malentiéndase “se perdió”, lo que se pierde queda en esa condición for ever and ever… Noticia de última hora: la chica ya fue localizada, un bien intencionado taxista –de esos que sobran en esta ciudad– la encontró. Agradezco a Jorge Zarza y a su equipo de Hechos Meridiano la ayuda prestada para la búsqueda… Una disculpa, querido lector, ya vuelvo al tópico de este escrito).
Quiero pensar que por el simple hecho de no tener masa, no es correcto abordar su naturaleza desde una perspectiva física, así es que habría que ir más allá; dígase, verlas de manera metafísica.
Recuerda que no podemos guiarnos por las apariencias, hay que ir a la raíz; y es ahora cuando debemos retomar un par de ideas: oscuridad –lo contrario a bondad– y representación de un sujeto (incluidos los objetos, sé que suena extraño). Pero, entonces, ¿cuál es el motivo de su existencia?.
Podríamos considerarles como tarjetas de presentación, la muestra más básica y concreta de nuestra personalidad, del carácter y, por ende, de nuestro espíritu. Luego de este razonamiento me invade el miedo, no quiero ahondar más en la materia (¿o debería decir “en lo inmaterial”?). Sólo te dejo una tarea: cuando estés parado bajo el sol, voltea y mírala, dime qué color tiene, así sabrás de qué color es tu alma… ¿Quién dijo que los seres humanos somos buenos por naturaleza?

domingo, abril 16, 2006

El hombre está dispuesto siempre a negar
todo aquello que no comprende.
BLAISE PASCAL

LA MOSCA MAYOR.
Por Juan Pablo Matarredona

No es normal que suene mi teléfono móvil, nadie de los que me rodean suele atravesar situaciones extraordinarias que requieran premura para contarlas. Fue por eso que me resultó muy extraño escuchar el timbre. La verdad es que me espanté. Si hubieses visto el salto que pegué te partirías de risa, no creas que sólo fue por el sonido; fue, más bien, por el vibrador que tienen ahora esos aparatos y, claro, sólo a mí se me ocurre traerlo en el bolsillo posterior del pantalón, así que imagínate la sensación tan extraña.

Cuando me di cuenta de que era mi celular, lo extraje del sitio donde estaba guardado. Diga, qué pasó. No entiendo nada, ¿estás bien? ¿Cuándo, ¡ahorita!? Pero no puedo, estoy ocupado. Bueno, ok, espero que no sea nada grave, eh. Voy para allá.

En realidad no me encontraba ocupado, pero creo importante aparentar que siempre se está en esa situación. Dejé mi taza de café a la mitad que, por cierto, gran parte de su contenido lo había vertido sobre mi ropa tras el primer timbrazo. Me puse de pié y comencé a caminar.

El sitio de encuentro no estaba lejos, debía recorrer Avenida México hasta la gasolinera, doblar a la derecha en Tres Cruces, avanzar unos 100 metros hasta llegar a la plaza, atravesarla hasta Carrillo Puerto e introducirme en la cafetería de la esquina. ¡Vaya, dos cafés en menos de veinte minutos!

Para mi sorpresa Gaba ya estaba ahí. Fue en ese instante que me invadió la preocupación. Nunca de los nuncas, en más de cinco años de conocernos, había sido puntual. Se le notaba sudorosa, pensé que sería el calor que ha hecho estos días, pero algo me decía que esa no era la razón.

Jaime, ¿te acuerdas que alguna vez dijiste que La mosca mayor vendría a buscarme? Pues lo ha hecho. Jamás pensé que existiera, siempre creí que era un invento tuyo para que dejara de matar moscas a diestra y siniestra (y, querido lector, créelo; sí era un producto de mi imaginación para sofocar esos ataques a tan inocentes criaturas).

No pude contener una tremenda carcajada. Vamos, a qué se refería con eso de «La mosca mayor»; seguro que la pobre había sido atacada por un abejorro y se lo tomó muy a pecho. Intenté calmarla, pero cada segundo iba creciendo su nerviosismo. Comencé a repasar el archivo mental donde guardo el recuerdo de psiquiatras, esto parecía grave y requería de un especialista inmediatamente.

Entró a mi casa, lo bueno es que tenía cerrada la puerta de mi habitación, si no, no estaría aquí para contártelo. Tuve que salirme por la ventana, la maldita ya estaba golpeando mi puerta, seguro que a estas alturas ya la tumbó. No sabes el desastre que debe haber en la sala, sólo escuchaba cómo volaba de un lado a otro mientras destrozaba todo. Jaime, fue a buscarme, ¡se quiere vengar! Tienes que ayudarme, eres el único que sabe qué hacer, sólo tú me has hablado de ella. ¡Por favor!

Consideré que lo adecuado era mostrarle que había tenido una alucinación, así es que nos apeamos para dirigirnos a su hogar. Desde afuera no se escuchaba nada, pero Gaba aseguró oír su estruendoso aleteo. Le pedí la llave y abrí la puerta. Al entrar me quedé asombrado por el desorden, lo cuadros ya no colgaban de las paredes, los muebles no estaban en su sitio, era un campo de guerra. En ningún momento pensé que habría de lidiar con la locura de alguien, pero ahí me encontraba, frente a los efectos de una mente dañada por la simple manía de asesinar inocentes moscas. Además de los destrozos -como sospechaba- no había nada, ni un solo rastro de persona o animal alguno.

Ella se tranquilizó, de pronto dejó de escuchar ese sonido que, decía, se parecía al de un ventilador industrial. Nos sentamos y permanecimos callados por largo rato. Después pidió disculpas, le aconsejé ver a un médico, tomé un bolígrafo y un papel para escribir los datos de uno en quien confío. Me lo agradeció profundamente. Fue a la cocina a preparar café y así nos quedamos por toda la tarde. Mi amiga había vuelto a la cordura.

Podía retirarme en cualquier momento, pero habría quedado intranquilo si no la veía descansar, debía asegurarme de que Gaba ya se encontraba bien. Dijo estar exhausta y le propuse acompañarla a su habitación para cerciorarme que iría directo a dormir. Subimos las escaleras. El corazón se me aceleró cuando vi de lo que había sido capaz, cómo puede una mujer común tener tanta fuerza como para derribar una puerta. Preferí no reprochárselo.

Entró Gaba por delante y fue en ese instante que apareció el insecto. No creas que era «La mosca mayor», era de las mismas proporciones que cualquier otra. Ni siquiera me dio tiempo de reír por causa del diminuto ser que había apabullado a mi amiga. Sin darme un momento para reaccionar, el feroz insecto abrió sus enormes fauces y devoró, de un solo bocado, a la chica. Echó a volar, salió por la ventana, y jamás le he vuelto a ver. ¡Si tan sólo le hubiese creído! Tú que me lees hazme caso, La mosca mayor está suelta por algún lado, se cuidadoso si la topas.

domingo, marzo 26, 2006

Las mentes más puras y sesudas son aquellas
que aman el color por encima de todo.
JOHN RUSKIN

POLICROMA.
Por Juan Pablo Matarredona.

Un día como cualquier otro el naranja pintó mi habitación, me levanté, fui al blanco y descubrí que salía rojo. No era para alarmarme, tal vez era por lo que había entrado un día antes; preferí no ponerle mucha atención. Lo feo pasó cuando volví a visitar el blanco, rojo apareció otra vez. ¡Qué miedo!

Me daba pena decírselo a alguien, pero decidí que lo mejor era preguntar, así que me subí al plateado y me fui. No tardé mucho en llegar, y vi muchos colores, no eran muy alegres, pero tampoco tristes. Cuando llegué hasta arriba pregunté por él, pero me dejaron esperando un buen rato en ese lugar gris. Después de una media hora me dijeron señor de verde y rojo, pase, es hasta el fondo a la izquierda. Caminé, caminé y caminé nueve pasos para llegar al fondo, crucé la café y me saludó el blanquiazul.

Al principio fue muy amable, me hizo muchísimas preguntas para sonrojarme, pero de ese color ya tenía mucho como para querer todavía más. Después revisó, revisó y revisó durante un minuto. El naranja entraba por la ventana y yo preferí ver hacia el blanco de arriba como para fingir que no pasaba nada, me moría de pena.

Luego de checar durante un ratito, blanquiazul me dijo que me podía enrojecer más, que hasta me podía poner negro y que todo era culpa de la señorita de rosa. ¡Me regañó horrible! No hacía falta que me pegara con el cinto ni nada de eso; con las fotos rojas, rojas, rojas que me enseñó fue suficiente como para que me sintiera muy mal. Me puse súper triste.

Cuando salí de ahí las transparentes saltaban desde mis ojos y hacían más brillante el rosa de mis mejillas. Llegué aquí y encendí la blanca –aunque para ese entonces ya se veía más amarillenta– y me puse a investigar. Me indigné muchísimo, me di cuenta que el señor blanquiazul había exagerado para espantarme, se aprovechó de mi inocencia. Pero sí era cierto es que la de rosa tenía la culpa. Le llamé, le dije, le recomendé, le reclamé, pero ella lo negó todo, todo, todo.

Estuve muy triste, triste, triste por días, días y días. Hasta le pedí a Amarillo que me ayudara; en fin, hace mucho, mucho tiempo también tuvo rojo. ¡Muchísimo rojo! Nomás porque nadie le creía. Ah, pero ahora sí, todos (bueno, casi todos) le creen. Unos días después blanquiazul me arregló. Qué chistoso, para quitarme el rojo me tuvo que poner más rojo. Me sentí muy mal, pero todo era por mi bien.

Luego, la de rosa, me dijo que la de azul también expresaba rojo. Me sentí muy ofendido, porque azul y verde nunca nos mezclamos, te lo juro, ¡cómo se atreve a insinuarlo! Pero bueno, lo importante es que ya soy verde otra vez. ¡Qué alegría que no me puse negro!

domingo, marzo 19, 2006

... uno no sabe cómo ni por qué hace las cosas
cuando ha cruzado un límite que tampoco sabe.
JULIO CORTÁZAR, Apocalipsis de Solentiname.

SE OFRECE RECOMPENSA.
Por Juan Pablo Matarredona

No sé cómo la perdí, güey, creo que nunca la voy a recuperar. ¡Ya! Por favor, no me regañes más. Si alguien sufre por lo que pasó, créeme que soy yo. ¡Carajo, te juro que he repasado un millón de veces todo lo que hice ese miércoles! Un miércoles curioso, por cierto, que duró treinta y una horas y no las reglamentarias veinticuatro. Digo, tenía que recuperar las siete que había hecho a un lado unos meses atrás.

Fue un cigarro lo que me despertó cuando ya se hacía tarde. Me quemó el pecho. Cómo iba a pensar que me quedaría dormido mientras fumaba luego de hacer el amor. Temí por mi vida, pero tuve suerte, imagina que no hubiese sido mi pecho, sino la cobija; sería más sencillo saber cómo la perdí.

Junto a mí estaba Paola, tremendamente cuajada, güey. Hasta me daba pena despertarle, si hubieses visto cuán angelical lucía me comprenderías, pero eran nuestras últimas horas juntos, así que debía animarle a levantarse. Lo primero que hizo fue darme una caja que contenía un portarretratos para que pusiese nuestras fotografías. Después una ducha rápida, al estilo de los gachupines (por algo huelen a ajo todo el tiempo), salir a prisa del edificio e introducirnos en el subterráneo, en Acacias. Apenas había terminado la madrugada, todavía no había mucho movimiento en la ciudad. De ahí hasta Alonso Martínez –por ahí trabajaba ella y también estaba el pub que frecuentábamos–, hacer correspondencia con la línea diez para, finalmente, llegar a Nuevos Ministerios. La zona que más me gustaba de sus interminables pasillos era en la que no es necesario caminar porque unas bandas te transportan. Un largo trecho hasta la calle, caminar por Orense, doblar en Hernani y hacerlo nuevamente en General Moscardó.

Subí hasta el séptimo piso por el equipaje. Hubo algunas palabras cariñosas para con la familia, algo había que decir antes de no volver a verles jamás. Los tradicionales besos en cada mejilla y un irreal hasta luego. Nuevamente caminar a Nuevos Ministerios cargados con cuarenta y dos kilogramos de equipaje. Ahora había que tomar la línea ocho, hasta Barajas.

Esos sí eran trenes; un metro de primer mundo, güey, sin división entre los vagones, impecable; bueno, ¡hasta con televisión! Íbamos montados en el primero, en el que va el conductor, hasta el frente. Podíamos ver cómo el túnel se abría ante nosotros. Durante un momento se detuvo la marcha. Estábamos tensos, se hacía tarde para facturar las maletas. Los demás pasajeros se quejaron junto a nosotros, fue un buen momento para socializar con esa gente anónima. Pero no tardamos en movernos de nuevo.

Al llegar a nuestro destino corrimos al módulo de la aerolínea. Afortunadamente el trámite no duró mucho y teníamos tiempo para un café. Fue un momento incómodo, no sabíamos qué decir, quedaban pocos minutos para la despedida. Mientras, hice algunas llamadas a aquellos de quienes había olvidado despedirme, mi prima, por ejemplo. Llegó el momento de ir a la Terminal 1. De pronto, recordé que había olvidado en la cafetería el obsequio de Paola. Regresé a toda prisa y parecía que el objeto ya tenía nuevo dueño. Discutí con el camarero para que me lo devolviese, no me costó mucho trabajo convencerle. Eché a correr hasta la sala de abordaje, un pequeño beso y, de nuevo, un hasta luego. Fue allí donde me quebré. Ahí me tenías fumando y llorando como un empedernido en la pequeña área reservada para los que todavía disfrutamos del tabaco. Un par de mensajes vía celular para terminar de despedirme de mi hermano y de mi prinsssesa. Lágrimas, arrepentimiento, valor. Lo mejor era apagar el teléfono para que no pudiesen disuadirme de no subir al avión.

Un par de horas más tarde llegué a Charles de Gaulle. Ahí sufrí las prisas una vez más. No tenía ni hora y media para caminar de la terminal 2F a la 2C; además, debía fumar en algún momento. En verdad fue complicado encontrar el recóndito punto de encuentro para los que necesitamos nicotina, cada día nos hacen más a un lado. Luego, la desorganizada fila para abordar. ¡Ay, esos parisinos! Un inmenso grupo de adultos mayores (o viejitos, que es lo mismo) que decidieron ir de viaje a mi país e iban cargados de provisiones para alimentarse durante el trayecto. ¿Nadie les explicó que en los aviones sirven comida? Bueno, sí hombre, lo sé; insípida, pero aún así es comida.

De las siguientes once horas recuerdo poco. Muchas lágrimas, tristeza, un libro que me acompañaba, varias cervezas, interminables caminatas por el diminuto pasillo de la aeronave, algunos minutos de sueño. Creo que para ese entonces ya la había abandonado. Me parece haberla dejado al apagar aquel cigarro que me hizo recobrar la conciencia por la mañana. Creo que fue entonces cuando perdí la vida. No sé cómo recuperarla. Por favor, si la ves por ahí avísame, habrá recompensa.

lunes, marzo 13, 2006

Aplauso 13 de marzo de 2006, El Noreste


Lo grave de que la muerte se acerque
no es la propia muerte con lo que traiga o no traiga,
sino que ya no se podrá fantasear con lo que ha de venir.
JAVIER MARÍAS, Todas las almas.



CUÁNTAS VIDAS
.

Por Juan Pablo Matarredona

No está bien que escriba esto, hay cosas que no deben quedar para la memoria colectiva, pero no encuentro mejor método para intentar comprender el atroz acto que he cometido y, por qué no, para confesar mis terribles acciones.

Otrora fui feliz. Cada mañana encontraba a mi lado a esa mujer, mi mujer. Sandra era el único ser que me conocía plenamente, que podía identificar en mí cualquier estado de ánimo, por más que intentase disimular. La compañía más dulce que cualquier hombre pudiese desear: palabras de algodón, caricias de seda y, con ella, los placeres más envidiables para el más radical de los hedonistas.


Luego de haberle visto por vez primera en aquella reunión se convirtió en el lugar común de mis pensamientos, en el fin último de todos, absolutamente todos mis sentimientos. De ahí vino la primera cita en el café, luego un bar de copas, el cine, su casa, el teatro, mi apartamento, el parque, sus labios, el bosque, mi boca, el motel, el rancho de mi hermano, mi cama, su piel… ¡ah, su piel!... La boda de su prima, las caminatas por las calles de la ciudad, la churrería, su aguda mirada, los paseos por la montaña, su espeso interior, mi penetrante calor, la sábana siempre a un lado, su sexo, mi sexo, nuestro sexo… Sandra, yo, su risa, mi alegría, el matrimonio, nuestra vida juntos… La intimidad, la falta de pudor, su entrega, mi pasión, los ojos cerrados, el otro, su desamor, Rubén, una nueva chispa… mi soledad, el olvido.


Al principio ardíamos junto al rojo de los atardeceres, la pasión era nuestro ritual primario. Cada tarde, al volver de la rutina laboral, bastaba con abrir la puerta para encontrar al único motivo de mi persistencia en el mundo. Ahí estaba siempre, sentada en el sofá, leyendo algún libro - de esos que suelo llamar “literatura barata” - mientras esperaba mi llegada. Nuestro mundo se encontraba intacto, apartado de los demás para que sólo nosotros pudiésemos disfrutarlo.

Pero con el tiempo las cosas comenzaron a cambiar. Un martes por la tarde, cuando iba camino a casa, un presentimiento me hizo saber que algo anormal sucedía tras esa puerta del quinto piso. Antes de introducir la llave para abrirme paso a nuestro mundo, me detuve, intenté escuchar, pero no conseguí captar sonido alguno. Segundos después de cruzar la entrada comprendí lo que pasaba, Sandra no estaba ahí. No quise alarmarme; además, a su llegada tres horas más tarde, tuvo una muy buena explicación para su retraso. Pero por alguna razón sus labios no sabían como antes y sus caricias se hicieron ausentes.

A partir de aquel día los rojos atardeceres dejaron de existir, se tornaron monocromáticos. El jueves, de nuevo, faltó a nuestro momento especial. Y así, cada segundo o tercer día, la soledad me embargó. Desde el principio supe la razón, pero no quise aceptarlo hasta mucho después. Rubén era su nombre, nunca indagué sobre su vida. Temía darme cuenta de que me superaba y por eso merecía poseer lo que consideraba mi propiedad. Dejé todo por ella: familia, amigos, conocidos, compañeros. Abandoné una vida por hacer una nueva con Sandra. Al principio consideré que era mejor retenerla, aunque tuviese que permitir el adulterio.

Hay quien piensa que el abandono se produce sólo cuando una persona se aleja geográficamente, y eso es porque no conoce el abandono afectivo. Sandra decidió renunciar a mis sentimientos, despojarme de la emoción que me producía su cariño. ¡Qué sádica postura la suya! Creo que lo pude haber superado de no haber continuado bajo el mismo techo. Pero imagino que disfrutaba ver cómo, día con día, mi alma se hundía en la más profunda obscuridad al notar que su alegría la producía otro ser humano. Me hizo a un lado, me convertí en el objeto de su morbo, y no lo pude tolerar por mucho tiempo.

Nunca me declaré partidario de la venganza, pero no hallé otra manera de corregir esa situación. Mi alma estaba en juego, y era inaceptable ver que esa mujer gozaba por una causa ajena a mí.

Con decir una mentira me bastó para ponerles en situación de cometer un error. Mi supuesta ausencia, con motivo en un viaje laboral, les daría la oportunidad de hacer lo que toda pareja de amantes considera el mayor logro: pecar donde el matrimonio establecido tiene esa costumbre y obligación.

No fue difícil hacerme de un arma; aunque se cuente con poco dinero son de fácil acceso. Mi plan estaba hecho y lo cumpliría al pie de la letra.

— Adiós, querida, si no me doy prisa pierdo el vuelo.

La cafetería de la esquina resultó un buen refugio. Una taza, por favor, bien cargado. Los nervios crecían cada segundo. Más café, por favor. Por la ventana logré ver la llegada de Rubén. No había transcurrido ni una hora y ese ladrón ya estaba ahí. Sólo faltaba darles un poco de tiempo para atraparlos en el momento justo.

Veintitrés minutos más tarde pagué la cuenta, crucé la calle, entré al edificio, subí los peldaños hasta llegar a la quinta planta. La llave en una mano, la pistola en la otra. Quitarme los zapatos. Abrir sutilmente, sin hacer ruido. Caminar hasta la habitación, girar el picaporte, fornicación, gritos, confusión, súplicas, cuerpos desnudos, llanto, un arma, el frío metal, mi sien… ¡PUM!

Fue ahí donde decidí dejar una vida más. El recuerdo de mi muerte siempre les acompañará. Cuando vean sus sexos ahí estaré. Cuando menos así me darán una nueva vida, aunque no sea la más grata.

domingo, marzo 05, 2006

Aplauso 6 de marzo de 2006, El Noreste


Supe en aquel instante que, pasara lo que pasara, nunca podría volver a mis antiguos límites.
ELIZABETH KOSTOVA, La historiadora.

PÉTALO TRAS PÉTALO.
Por Juan Pablo Matarredona.

Cuando desprendí el primero sentí su latido vegetal, no pensé que fuese a convertirse en un vicio. Pero ahí me hallé, desafiando a la estabilidad, renunciando a los placeres dados para abordar ese tren al que muchos catalogan como el de la aventura. No te voy a mentir, tuve miedo, pero la capacidad de auto convencimiento se impuso a los presentimientos. Nada malo podía ocurrirme, mi situación no tenía manera de ser empeorada, pensé.


Es cierto que dudé cuando le vi por vez primera. Es verdad que no supe si debía extraer aquel miembro de su corola. Pero mi inclinación por lo incierto, por lo riesgoso, fue más fuerte que la comodidad a que estaba sujeto.


Los hombres no nos percatamos de la gravedad de nuestras faltas la primera ocasión que las cometemos. Todo lo contrario, creemos que estamos incursionando en un nuevo mundo, más amplio del que conocíamos. Esa novedad pareció extender mis horizontes, darme la oportunidad de demostrarle al mundo cuán capaz soy.


El juego ya había comenzado y todo estaba a mi favor. Ahora debía pasar al siguiente nivel. Le vi, su blancura me agazapó. Pude haber detenido la partida y equilibrar mi situación, pero la soberbia y la ambición me obligaron a continuar. Ya era tarde cuando escuché el silencioso gemido, mis dedos ya le poseían, le había separado del resto. El pánico me invadió, estoy seguro que nadie más escuchó su estruendoso grito, ese imperceptible sonido que trepó intempestivamente hasta mi conciencia; la culpa me invadió, y era mi sentido de la responsabilidad el que me obligaba a hacer algo por corregir la falta cometida.

Nadie me informó que no había manera de recomponerle; de hecho, nadie me explicó la dinámica y las reglas del juego. Fue mi deformada intuición la que me inclinó a jugarlo sin antes pensar fríamente, sin consultar con la autoridad. Intenté devolver cada amputado miembro a su lugar, pero fue imposible.

Era tarde, el grisáceo rumor ya dominaba la escena; sobre las nubes, del otro lado del mundo, había quedado la luz que decidí no aprovechar. Fue entonces que caí en cuenta de que era dominado por una vegetal ludopatía. Y así he continuado, arrancando uno por uno los elementos de su estética, desequilibrando más cada vez su perfecta composición.

Sus alaridos penetran con más insistencia tras cada operación. Ahora yo grito con ella. Una y otra vez… Fuerte, ¡más fuerte! Lo siento, lo vivo, lo padezco… lo… lo sufro. Pero aquí permanezco con mi masoquismo, atentando contra la naturaleza, desprendiendo cada una de las opciones que me plantea… Aun estoy aquí, deshojando la margarita.

domingo, febrero 19, 2006

Las mentiras son muchas, y las verdades ninguna.
JOSÉ SARAMAGO.

EN LONTANANZA.
Por Juan Pablo Matarredona

‘Te amo’ fueron las últimas palabras que escuché a través del auricular. Me conoces perfectamente, sabes muy bien el efecto que pueden producir en mí. En verdad que soy débil, te lo he demostrado constantemente desde el instante en que te conocí. Pero esta vez no consideré apropiado regresarte el cumplido.

Éramos uno mismo cuando lo dijiste por primera vez; sonó tan real. Tu cuerpo desnudo sobre el mío, nuestra pasión desbordándose por cada horizonte de la cama. En verdad teníamos algo. ¡Cómo añoro esos momentos, en los que se evidenciaba en la intimidad que lo nuestro era real!

Antes de lo previsto te había entregado lo más valioso de mi existencia. De pronto te convertiste en la portadora de mis sentimientos, razonamientos y metas. Pero decidiste usarlos a tu favor, dejando a un lado la unidad que constituimos.

Miro hacia atrás. Ahí están, en lontananza, nuestras bondades: Tu sonrisa, tus besos, las palabras que emergían desde tus sentimientos, nuestras pasiones, las discusiones, los sofocadores abrazos, tu cariño, mi alegría… Ahí está todo lo que hemos perdido como víctima de la erosión producida por el engaño.

Otra vez soy el destinatario de tus mentiras. Hasta hace poco la hemorragia se planteaba incontrolable, pero tuve que tomar una decisión. Opté por levantarme en armas para exigir lo que, por derecho, me corresponde. No sé si gane la batalla, pero de algo valdrá la lucha. Espero, cuando menos, corroborar mi autonomía y la libertad de mi albedrío.

Ayer tuve un momento de lucidez que me permitió ver lo que, hasta entonces, no quise observar. No pienso reparar en detalles, lo considero irrelevante, pero en ese instante se vio – a toda luz – que me venías engañando tiempo atrás. ¿Cuánto? No lo sé.

Durante semanas mi entorno se hizo lúgubre, las dudas y la falta de contacto enturbiaron mis pensamientos y sumieron en la espeses mi afecto. Pero decidí creer en ti; las voces ajenas no habrían de afectar más nuestra relación, ya bastante corroída por otras dificultades.

Es difícil aceptar lo que no se quiere. Más complicado aun tomar acciones en consecuencia, pero debo alzar la voz. La retórica ha sido tu más fiel aliada, y mi credulidad tu cómplice. Para todo tienes un pretexto; para todo, una explicación, aunque sea de lo más extraña. Y siempre encontraste en mí un ser que no te cuestionó, hoy esa historia ha cambiado.

La verdad se ha hecho presente – como debe ser en todo caso – y mi fuerza ha sido suficiente para evitarme una pena más. Sé que contabas con la debilidad que siempre te he mostrado. Hoy con tus últimas palabras lograste tocar ese punto, conseguiste mi desequilibrio, pero esta vez la razón le ha dado órdenes al corazón, y no permitiré que fonemas que parecen vacíos de significado me hagan, una vez más, tu servidor.

Ahora serán el tiempo y los hechos quienes dictaminen el curso de las cosas. Los eufemismos, grandes amigos tuyos, no tienen poder sobre mí. Hoy te pierdo, sí, porque es mi decisión. Y no hay manera de recuperar aquello que se desvanece en la distancia, a menos que la mentira deje de ser tu gran fachada.

domingo, enero 15, 2006

Aplauso 6 de febrero de 2006, El Noreste

Nunca nos deberíamos sentir
seguros de aquello que pensamos
ser porque pudiera ocurrir que
ya estemos siendo cosa diferente.
JOSÉ SARAMAGO.


CUANDO FUI “NOSOTROS”.
Por Juan Pablo Matarredona

Después de finalizado el acto carnal, te pusiste de pié. No supe qué buscabas, cuál era la prisa por alejarte de ese lecho del pecado; creo que ahora lo entiendo.

No era la primera vez que hacíamos un intercambio pasional y sentimental, pero aquella ocasión todo fue distinto. De un momento a otro la estética se impuso ante mis pensamientos, y los cánones que marca dejaron de incluirte. ¡Qué irregular forma la tuya!

El problema fue más allá. De pronto dejaste de representar un ser celestial. Lo peor de tu alma brotó ante mí. La falta de criterio se hizo evidente, tu ineptitud se tornó en tu mayor virtud. ¿Cómo es posible que después de tantos años a tu lado, hasta ese momento me haya dado cuenta de algo tan evidente?. Sin siquiera razonarlo dejé de buscarte, me perdí. Afortunadamente no fui el único.

Ahora te comprendo. Puedo empatizar contigo. Tus ojos, desde una posición más alta - pues estabas erguida -, también sintieron repudio por lo que veían posado sobre las sábanas, por aquello que para ti dejó de significar bondad en ese instante.

Esta mañana, antes de abrir los ojos, pensé en ti. Dicen que siempre tendremos presente la última imagen que obtuvimos de alguien, pero no es mi caso. Cuando te rememoro me remonto a tiempos anteriores, recuerdo tu sonrisa inigualable, tu excepcional sentido del humor y ese optimismo con el que te ganas el cariño de la gente.

No pienso en lo que pudo ser, no le veo sentido. Prefiero reconstruir lo que fue. Sólo hay un punto que me acongoja cada vez que asaltas mi memoria: ¿Cómo pudimos cambiar de un momento a otro? ¡Ah, esa eterna pregunta! Y estoy seguro de no ser el único en cuestionarlo.

Los posteriores encuentros, fuesen a causa de la sociedad o de la melancolía, no han sido muy gratos. Comenzamos siempre con una sonrisa, para continuar con recuerdos de ese pasado tan distante, y terminamos – sin excepción – de la peor manera posible.

Agradezco a nuestra profesión el poner trabas a nuestros encuentros; agradezco a la geografía el imposibilitar el acercamiento. Hoy sé que hace años nos perdimos y que cada quién sigue en busca de su propio camino. Ahora entiendo que tiempo atrás dejé de ser nosotros.