Las mentes más puras y sesudas son aquellas
que aman el color por encima de todo.
JOHN RUSKIN
que aman el color por encima de todo.
JOHN RUSKIN
POLICROMA.
Por Juan Pablo Matarredona.
Un día como cualquier otro el naranja pintó mi habitación, me levanté, fui al blanco y descubrí que salía rojo. No era para alarmarme, tal vez era por lo que había entrado un día antes; preferí no ponerle mucha atención. Lo feo pasó cuando volví a visitar el blanco, rojo apareció otra vez. ¡Qué miedo!
Me daba pena decírselo a alguien, pero decidí que lo mejor era preguntar, así que me subí al plateado y me fui. No tardé mucho en llegar, y vi muchos colores, no eran muy alegres, pero tampoco tristes. Cuando llegué hasta arriba pregunté por él, pero me dejaron esperando un buen rato en ese lugar gris. Después de una media hora me dijeron señor de verde y rojo, pase, es hasta el fondo a la izquierda. Caminé, caminé y caminé nueve pasos para llegar al fondo, crucé la café y me saludó el blanquiazul.
Al principio fue muy amable, me hizo muchísimas preguntas para sonrojarme, pero de ese color ya tenía mucho como para querer todavía más. Después revisó, revisó y revisó durante un minuto. El naranja entraba por la ventana y yo preferí ver hacia el blanco de arriba como para fingir que no pasaba nada, me moría de pena.
Luego de checar durante un ratito, blanquiazul me dijo que me podía enrojecer más, que hasta me podía poner negro y que todo era culpa de la señorita de rosa. ¡Me regañó horrible! No hacía falta que me pegara con el cinto ni nada de eso; con las fotos rojas, rojas, rojas que me enseñó fue suficiente como para que me sintiera muy mal. Me puse súper triste.
Cuando salí de ahí las transparentes saltaban desde mis ojos y hacían más brillante el rosa de mis mejillas. Llegué aquí y encendí la blanca –aunque para ese entonces ya se veía más amarillenta– y me puse a investigar. Me indigné muchísimo, me di cuenta que el señor blanquiazul había exagerado para espantarme, se aprovechó de mi inocencia. Pero sí era cierto es que la de rosa tenía la culpa. Le llamé, le dije, le recomendé, le reclamé, pero ella lo negó todo, todo, todo.
Estuve muy triste, triste, triste por días, días y días. Hasta le pedí a Amarillo que me ayudara; en fin, hace mucho, mucho tiempo también tuvo rojo. ¡Muchísimo rojo! Nomás porque nadie le creía. Ah, pero ahora sí, todos (bueno, casi todos) le creen. Unos días después blanquiazul me arregló. Qué chistoso, para quitarme el rojo me tuvo que poner más rojo. Me sentí muy mal, pero todo era por mi bien.
Luego, la de rosa, me dijo que la de azul también expresaba rojo. Me sentí muy ofendido, porque azul y verde nunca nos mezclamos, te lo juro, ¡cómo se atreve a insinuarlo! Pero bueno, lo importante es que ya soy verde otra vez. ¡Qué alegría que no me puse negro!
Me daba pena decírselo a alguien, pero decidí que lo mejor era preguntar, así que me subí al plateado y me fui. No tardé mucho en llegar, y vi muchos colores, no eran muy alegres, pero tampoco tristes. Cuando llegué hasta arriba pregunté por él, pero me dejaron esperando un buen rato en ese lugar gris. Después de una media hora me dijeron señor de verde y rojo, pase, es hasta el fondo a la izquierda. Caminé, caminé y caminé nueve pasos para llegar al fondo, crucé la café y me saludó el blanquiazul.
Al principio fue muy amable, me hizo muchísimas preguntas para sonrojarme, pero de ese color ya tenía mucho como para querer todavía más. Después revisó, revisó y revisó durante un minuto. El naranja entraba por la ventana y yo preferí ver hacia el blanco de arriba como para fingir que no pasaba nada, me moría de pena.
Luego de checar durante un ratito, blanquiazul me dijo que me podía enrojecer más, que hasta me podía poner negro y que todo era culpa de la señorita de rosa. ¡Me regañó horrible! No hacía falta que me pegara con el cinto ni nada de eso; con las fotos rojas, rojas, rojas que me enseñó fue suficiente como para que me sintiera muy mal. Me puse súper triste.
Cuando salí de ahí las transparentes saltaban desde mis ojos y hacían más brillante el rosa de mis mejillas. Llegué aquí y encendí la blanca –aunque para ese entonces ya se veía más amarillenta– y me puse a investigar. Me indigné muchísimo, me di cuenta que el señor blanquiazul había exagerado para espantarme, se aprovechó de mi inocencia. Pero sí era cierto es que la de rosa tenía la culpa. Le llamé, le dije, le recomendé, le reclamé, pero ella lo negó todo, todo, todo.
Estuve muy triste, triste, triste por días, días y días. Hasta le pedí a Amarillo que me ayudara; en fin, hace mucho, mucho tiempo también tuvo rojo. ¡Muchísimo rojo! Nomás porque nadie le creía. Ah, pero ahora sí, todos (bueno, casi todos) le creen. Unos días después blanquiazul me arregló. Qué chistoso, para quitarme el rojo me tuvo que poner más rojo. Me sentí muy mal, pero todo era por mi bien.
Luego, la de rosa, me dijo que la de azul también expresaba rojo. Me sentí muy ofendido, porque azul y verde nunca nos mezclamos, te lo juro, ¡cómo se atreve a insinuarlo! Pero bueno, lo importante es que ya soy verde otra vez. ¡Qué alegría que no me puse negro!
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