domingo, abril 16, 2006

El hombre está dispuesto siempre a negar
todo aquello que no comprende.
BLAISE PASCAL

LA MOSCA MAYOR.
Por Juan Pablo Matarredona

No es normal que suene mi teléfono móvil, nadie de los que me rodean suele atravesar situaciones extraordinarias que requieran premura para contarlas. Fue por eso que me resultó muy extraño escuchar el timbre. La verdad es que me espanté. Si hubieses visto el salto que pegué te partirías de risa, no creas que sólo fue por el sonido; fue, más bien, por el vibrador que tienen ahora esos aparatos y, claro, sólo a mí se me ocurre traerlo en el bolsillo posterior del pantalón, así que imagínate la sensación tan extraña.

Cuando me di cuenta de que era mi celular, lo extraje del sitio donde estaba guardado. Diga, qué pasó. No entiendo nada, ¿estás bien? ¿Cuándo, ¡ahorita!? Pero no puedo, estoy ocupado. Bueno, ok, espero que no sea nada grave, eh. Voy para allá.

En realidad no me encontraba ocupado, pero creo importante aparentar que siempre se está en esa situación. Dejé mi taza de café a la mitad que, por cierto, gran parte de su contenido lo había vertido sobre mi ropa tras el primer timbrazo. Me puse de pié y comencé a caminar.

El sitio de encuentro no estaba lejos, debía recorrer Avenida México hasta la gasolinera, doblar a la derecha en Tres Cruces, avanzar unos 100 metros hasta llegar a la plaza, atravesarla hasta Carrillo Puerto e introducirme en la cafetería de la esquina. ¡Vaya, dos cafés en menos de veinte minutos!

Para mi sorpresa Gaba ya estaba ahí. Fue en ese instante que me invadió la preocupación. Nunca de los nuncas, en más de cinco años de conocernos, había sido puntual. Se le notaba sudorosa, pensé que sería el calor que ha hecho estos días, pero algo me decía que esa no era la razón.

Jaime, ¿te acuerdas que alguna vez dijiste que La mosca mayor vendría a buscarme? Pues lo ha hecho. Jamás pensé que existiera, siempre creí que era un invento tuyo para que dejara de matar moscas a diestra y siniestra (y, querido lector, créelo; sí era un producto de mi imaginación para sofocar esos ataques a tan inocentes criaturas).

No pude contener una tremenda carcajada. Vamos, a qué se refería con eso de «La mosca mayor»; seguro que la pobre había sido atacada por un abejorro y se lo tomó muy a pecho. Intenté calmarla, pero cada segundo iba creciendo su nerviosismo. Comencé a repasar el archivo mental donde guardo el recuerdo de psiquiatras, esto parecía grave y requería de un especialista inmediatamente.

Entró a mi casa, lo bueno es que tenía cerrada la puerta de mi habitación, si no, no estaría aquí para contártelo. Tuve que salirme por la ventana, la maldita ya estaba golpeando mi puerta, seguro que a estas alturas ya la tumbó. No sabes el desastre que debe haber en la sala, sólo escuchaba cómo volaba de un lado a otro mientras destrozaba todo. Jaime, fue a buscarme, ¡se quiere vengar! Tienes que ayudarme, eres el único que sabe qué hacer, sólo tú me has hablado de ella. ¡Por favor!

Consideré que lo adecuado era mostrarle que había tenido una alucinación, así es que nos apeamos para dirigirnos a su hogar. Desde afuera no se escuchaba nada, pero Gaba aseguró oír su estruendoso aleteo. Le pedí la llave y abrí la puerta. Al entrar me quedé asombrado por el desorden, lo cuadros ya no colgaban de las paredes, los muebles no estaban en su sitio, era un campo de guerra. En ningún momento pensé que habría de lidiar con la locura de alguien, pero ahí me encontraba, frente a los efectos de una mente dañada por la simple manía de asesinar inocentes moscas. Además de los destrozos -como sospechaba- no había nada, ni un solo rastro de persona o animal alguno.

Ella se tranquilizó, de pronto dejó de escuchar ese sonido que, decía, se parecía al de un ventilador industrial. Nos sentamos y permanecimos callados por largo rato. Después pidió disculpas, le aconsejé ver a un médico, tomé un bolígrafo y un papel para escribir los datos de uno en quien confío. Me lo agradeció profundamente. Fue a la cocina a preparar café y así nos quedamos por toda la tarde. Mi amiga había vuelto a la cordura.

Podía retirarme en cualquier momento, pero habría quedado intranquilo si no la veía descansar, debía asegurarme de que Gaba ya se encontraba bien. Dijo estar exhausta y le propuse acompañarla a su habitación para cerciorarme que iría directo a dormir. Subimos las escaleras. El corazón se me aceleró cuando vi de lo que había sido capaz, cómo puede una mujer común tener tanta fuerza como para derribar una puerta. Preferí no reprochárselo.

Entró Gaba por delante y fue en ese instante que apareció el insecto. No creas que era «La mosca mayor», era de las mismas proporciones que cualquier otra. Ni siquiera me dio tiempo de reír por causa del diminuto ser que había apabullado a mi amiga. Sin darme un momento para reaccionar, el feroz insecto abrió sus enormes fauces y devoró, de un solo bocado, a la chica. Echó a volar, salió por la ventana, y jamás le he vuelto a ver. ¡Si tan sólo le hubiese creído! Tú que me lees hazme caso, La mosca mayor está suelta por algún lado, se cuidadoso si la topas.

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