domingo, febrero 19, 2006

Las mentiras son muchas, y las verdades ninguna.
JOSÉ SARAMAGO.

EN LONTANANZA.
Por Juan Pablo Matarredona

‘Te amo’ fueron las últimas palabras que escuché a través del auricular. Me conoces perfectamente, sabes muy bien el efecto que pueden producir en mí. En verdad que soy débil, te lo he demostrado constantemente desde el instante en que te conocí. Pero esta vez no consideré apropiado regresarte el cumplido.

Éramos uno mismo cuando lo dijiste por primera vez; sonó tan real. Tu cuerpo desnudo sobre el mío, nuestra pasión desbordándose por cada horizonte de la cama. En verdad teníamos algo. ¡Cómo añoro esos momentos, en los que se evidenciaba en la intimidad que lo nuestro era real!

Antes de lo previsto te había entregado lo más valioso de mi existencia. De pronto te convertiste en la portadora de mis sentimientos, razonamientos y metas. Pero decidiste usarlos a tu favor, dejando a un lado la unidad que constituimos.

Miro hacia atrás. Ahí están, en lontananza, nuestras bondades: Tu sonrisa, tus besos, las palabras que emergían desde tus sentimientos, nuestras pasiones, las discusiones, los sofocadores abrazos, tu cariño, mi alegría… Ahí está todo lo que hemos perdido como víctima de la erosión producida por el engaño.

Otra vez soy el destinatario de tus mentiras. Hasta hace poco la hemorragia se planteaba incontrolable, pero tuve que tomar una decisión. Opté por levantarme en armas para exigir lo que, por derecho, me corresponde. No sé si gane la batalla, pero de algo valdrá la lucha. Espero, cuando menos, corroborar mi autonomía y la libertad de mi albedrío.

Ayer tuve un momento de lucidez que me permitió ver lo que, hasta entonces, no quise observar. No pienso reparar en detalles, lo considero irrelevante, pero en ese instante se vio – a toda luz – que me venías engañando tiempo atrás. ¿Cuánto? No lo sé.

Durante semanas mi entorno se hizo lúgubre, las dudas y la falta de contacto enturbiaron mis pensamientos y sumieron en la espeses mi afecto. Pero decidí creer en ti; las voces ajenas no habrían de afectar más nuestra relación, ya bastante corroída por otras dificultades.

Es difícil aceptar lo que no se quiere. Más complicado aun tomar acciones en consecuencia, pero debo alzar la voz. La retórica ha sido tu más fiel aliada, y mi credulidad tu cómplice. Para todo tienes un pretexto; para todo, una explicación, aunque sea de lo más extraña. Y siempre encontraste en mí un ser que no te cuestionó, hoy esa historia ha cambiado.

La verdad se ha hecho presente – como debe ser en todo caso – y mi fuerza ha sido suficiente para evitarme una pena más. Sé que contabas con la debilidad que siempre te he mostrado. Hoy con tus últimas palabras lograste tocar ese punto, conseguiste mi desequilibrio, pero esta vez la razón le ha dado órdenes al corazón, y no permitiré que fonemas que parecen vacíos de significado me hagan, una vez más, tu servidor.

Ahora serán el tiempo y los hechos quienes dictaminen el curso de las cosas. Los eufemismos, grandes amigos tuyos, no tienen poder sobre mí. Hoy te pierdo, sí, porque es mi decisión. Y no hay manera de recuperar aquello que se desvanece en la distancia, a menos que la mentira deje de ser tu gran fachada.

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