Ayer pasó el pasado lentamente
con su vacilación definitiva
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente.
MARIO BENEDETTI
con su vacilación definitiva
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente.
MARIO BENEDETTI
ENCUENTROS
Por Juan Pablo Matarredona
No suele ser grato encontrarse contigo, pero en algún momento debía hacerlo. Ha sido recurrente en mi actuar el tenerte miedo. Todo por huir de Aquél: he salido corriendo, despavorido, sin el valor de enfrentarlo y, entonces, al regresar te veo y me provocas temor. ¿Por qué?… ¡Ah, qué buena pregunta!
Debería verte con gusto, con interés, pero cuando estás cerca acostumbro girar la mirada, evadirme de ti, como si no estuvieses allí. Te he evitado, lo acepto. Te he negado, confieso.
Son ya casi dos años de esconderme. La primera vez que escapé fue todo muy rápido, no supe lo que hacía; de pronto estaba lejos, tan lejos como para comenzar a extrañarte. Ahí te presumí, fardé todo lo que pude por causa tuya. Al principio me vi desprendido de tu yugo, pero no pasó mucho tiempo antes de que creyese necesitarte; cada vez más y más. Cuando hay miles de kilómetros de por medio saltan las bondades de lo que dejamos del otro lado, los defectos desaparecen rápidamente.
La añoranza fue mi gran debilidad. Busqué mi pronto regreso para llegar a tu encuentro, para que me recordases quién soy; pero al volver, en el momento que te vi, temí. Así permanecí durante meses: cerca de ti, pero sin el valor de enfrentarte. En un par de ocasiones fue imposible evitarte, pero procuré prestar la menor atención, luché por no mostrarme interesado en ti.
Las cosas transcurrieron normalmente, pero los problemas con Aquél crecieron día a día hasta que me vi orillado a correr de nuevo. Si la primera vez tuve miedo, ahora era pavor, no podía estar cerca de él, me devoraría. Así pasaron meses, te olvidé, te enterré. Pero algo -no sé bien qué- me animó a regresar. Esta vez no te extrañé, no pensé en ti, no eras el motivo de mi retorno.
Al volver no te vi, no te busqué, jamás me crucé contigo. Y no sé cómo hubiese reaccionado de haber tenido un encuentro los primeros días. Pero hoy las cosas son distintas, he dejado el temor a un lado. Hace semanas comencé a extrañarte y a indagar por ti… Sorpresivamente has aparecido. Ambos nos hemos buscado y, por fin, nos hallamos. Ahora veo con claridad todo aquello que decidí olvidar para que me aceptasen unos cuantos.
Lo que me perturbaba era tu faceta más reciente, la de la traición. Siempre imaginé que el pasado tiene como fachada los acontecimientos más actuales; ahora veo que tiene la cara que deseamos verle. Ya no eres uno, eres múltiple. Ya no eres malo ni bueno, eres lecciones, experiencia, amistades, sentimientos, pensamientos, errores, aciertos, eres yo y cada uno de los factores que me han formado. Eres grande y, por ende, me transmites tu magnificencia. Debo decir, entonces, ¡somos grandes!
Por Juan Pablo Matarredona
No suele ser grato encontrarse contigo, pero en algún momento debía hacerlo. Ha sido recurrente en mi actuar el tenerte miedo. Todo por huir de Aquél: he salido corriendo, despavorido, sin el valor de enfrentarlo y, entonces, al regresar te veo y me provocas temor. ¿Por qué?… ¡Ah, qué buena pregunta!
Debería verte con gusto, con interés, pero cuando estás cerca acostumbro girar la mirada, evadirme de ti, como si no estuvieses allí. Te he evitado, lo acepto. Te he negado, confieso.
Son ya casi dos años de esconderme. La primera vez que escapé fue todo muy rápido, no supe lo que hacía; de pronto estaba lejos, tan lejos como para comenzar a extrañarte. Ahí te presumí, fardé todo lo que pude por causa tuya. Al principio me vi desprendido de tu yugo, pero no pasó mucho tiempo antes de que creyese necesitarte; cada vez más y más. Cuando hay miles de kilómetros de por medio saltan las bondades de lo que dejamos del otro lado, los defectos desaparecen rápidamente.
La añoranza fue mi gran debilidad. Busqué mi pronto regreso para llegar a tu encuentro, para que me recordases quién soy; pero al volver, en el momento que te vi, temí. Así permanecí durante meses: cerca de ti, pero sin el valor de enfrentarte. En un par de ocasiones fue imposible evitarte, pero procuré prestar la menor atención, luché por no mostrarme interesado en ti.
Las cosas transcurrieron normalmente, pero los problemas con Aquél crecieron día a día hasta que me vi orillado a correr de nuevo. Si la primera vez tuve miedo, ahora era pavor, no podía estar cerca de él, me devoraría. Así pasaron meses, te olvidé, te enterré. Pero algo -no sé bien qué- me animó a regresar. Esta vez no te extrañé, no pensé en ti, no eras el motivo de mi retorno.
Al volver no te vi, no te busqué, jamás me crucé contigo. Y no sé cómo hubiese reaccionado de haber tenido un encuentro los primeros días. Pero hoy las cosas son distintas, he dejado el temor a un lado. Hace semanas comencé a extrañarte y a indagar por ti… Sorpresivamente has aparecido. Ambos nos hemos buscado y, por fin, nos hallamos. Ahora veo con claridad todo aquello que decidí olvidar para que me aceptasen unos cuantos.
Lo que me perturbaba era tu faceta más reciente, la de la traición. Siempre imaginé que el pasado tiene como fachada los acontecimientos más actuales; ahora veo que tiene la cara que deseamos verle. Ya no eres uno, eres múltiple. Ya no eres malo ni bueno, eres lecciones, experiencia, amistades, sentimientos, pensamientos, errores, aciertos, eres yo y cada uno de los factores que me han formado. Eres grande y, por ende, me transmites tu magnificencia. Debo decir, entonces, ¡somos grandes!
1 comentario:
Estuve de metiche en los blogs de varios, y me encontré contigo. Qué te puedo decir, me encantó. Me identifiqué, hasta me puso chinita.
Publicar un comentario