jueves, agosto 04, 2011

Cuestión de Azar.

Por Juan Pablo Matarredona
Desconocer lo que va a ocurrir más adelante 
supone un desafío -un juego darwiniano-  
que nuestra mente no puede dejar de encarar y resolver. 
Jorge Volpi, Leer la mente.

Para muchos la escritura es una actividad solitaria. El argumento es sencillo: cualquiera se sienta frente al ordenador a teclear palabras sin la necesidad de compartir esta acción con nadie, sino hasta el momento de tener un resultado, y eso sólo en caso de querer ser leído, pues en bastas ocasiones a quienes escriben –me da pavor usar el término ‘autores’ para no herir la susceptibilidad de aquellos que creen que es un concepto exclusivo para denominar a los doctos del quehacer creativo– ni siquiera les interesa la repercusión. En el caso de este inexperto escritor puedo asegurar que siempre he creído en la individualidad de esta labor y, en la mayoría de las veces, en su completa privacidad, por lo que me reservo muchos relatos ante al celo de compartirlos con fisgones que deberían concentrarse en sus historias en lugar de husmear en las ajenas.

Hoy intento desarrollar un texto, un cuento del que conozco casi todos los detalles excepto el desenlace.  Me monto en el coche y comienzo a revivir una historia de diecisiete años de edad, son demasiadas las cosas que pasan por mi cabeza y permean mis emociones: la esquina de Homero y Schiller en esa colonia que tanto detesto; unos dominantes ojos verdes que hacen juego con aquella tímida sonrisa, un auricular que sirvió como comunicación ante la imposibilidad geográfica y autoritaria por tantos y tantos años, un inesperado reencuentro que desencadenó dicha y desgracia, noches de vigilia e incertidumbre, miedo, pasión, deseo, responsabilidad… aparente imposibilidad.

Me detengo frente a esa cafetería de origen gringo que hoy domina al mundo, activo las intermitentes para prevenir a los demás automovilistas, entro al local, la chica detrás del mostrador ya sabe lo que quiero –¡qué patético ser consumidor frecuente de un producto de tan mala calidad!–, automáticamente le entrego un billete de cincuenta pesos sabiendo que me devolverá sólo una moneda, cojo la bebida y salgo. Regreso al coche y lo pongo en marcha, al igual que a mi mente y a mis recuerdos que, a la distancia, me hacen dudar de su autenticidad.

Una cascada de imágenes atraviesa mi cabeza: aquella virgen dentro de un diminuto departamento en Polanco, la fachada de un colegio del que nunca había escuchado, un pelaje dorado que siempre me ha impresionado. Son demasiados los sonidos que emergen del pasado, de mis sueños y de mis deseos para reconstruir los hechos: una risa tímida, pero honesta; esa dulce voz a través del teléfono que afirmaba ser mi conciencia; esas palabras tan determinadas en el momento más íntimo de mi vida, un ‘te amo’ proferido fuera de tiempo y no correspondido gracias al miedo.

Ya en casa e instalado frente a la computadora, mis dedos teclean párrafos como acelerados martillos; paro y, tras seleccionar todo lo escrito, con una sola acción lo desaparezco. Me pongo de pie y busco desdibujar los puntos básicos del relato, de darle forma y sentido. Doy vueltas por el apartamento, dejo caer mi no tan liviano cuerpo sobre el sofá, me apeo de nuevo, camino, me detengo, dudo, pienso, siento, pero no llego a nada. Resuena en mi mente el nombre de mi homónimo, saboreo ese mezcal como si aún circulase por mi paladar, escucho esa canción como si estuviésemos de nuevo en el escenario cantando ante desconocidos, siento esa encantadora asincronía que genera una dócil boca ante una muy osada, me lleno de un aliento que no sé si disfruté en verdad o es un espejismo de mis deseos, recuerdo verla a mi lado al abrir los ojos por la mañana… por lo menos creo haberlo hecho en algún punto del pasado.

Escribo, me detengo y elimino. Una secuencia que se repite durante horas y que podría continuar así, indefinidamente, hasta que me dicten el final de esta inconclusa historia. Y es precisamente ahora que me doy cuenta de ello, es el momento en que me convierto en la más temerosa presa del pánico. Cierro mi laptop en un instante y sin dudarlo, escapo a mi habitación y me refugio bajo las mismas sábanas donde mis confusos recuerdos afirman haber conocido esa perfecta imperfección que tanto me fascina. Con un miedo jamás vivido asimilo lo que hasta hoy no pude ver: este cuento no me pertenece sólo a mí, escribir ya no volverá a ser mi actividad solitaria. Hoy es cuestión de azar el desenlace de mi historia. Hoy estoy aquí, irresoluto y temeroso, cobijado en el mismo sitio donde quisiera estar con ella para concluir con este relato y, también juntos, dar inicio a muchos más. Sé que merezco ese ansiado final. Hoy sé que somos dignos de la solución a este azaroso dilema.

martes, octubre 19, 2010

Correo electrónico para un entrañable amigo

Leí tu mail el mismo día en que lo enviaste. No supe si responder. No lo creí adecuado, ya que pediste no lo hiciera.
Te quiero, te extraño y tengo fe en ti. Es todo lo que me parece importante decir. 
Seguiré en espera de ti y de nosotros. Seguiré aguardando el momento que consideres indicado para abrazarte y perdonarnos. Seguiré aquí.
Te he querido, te quiero y siempre te querré.
Fin del mensaje.

sábado, mayo 22, 2010

Segundo llamado a la cordura: un escrito sin sentido.

Por Juan Pablo Matarredona

Ya se, Mireille, es obseno escribir estas cosas, darlas a los mirones. Qué quieres, están los que van a confesarse a las iglesias, están los que escriben interminables cartas y también los que fingen urdir una novela o un cuento con sus aconteceres personales .
JULIO CORTÁZAR, Ciao Verona.


Ya nadie habla. Ahora todos escriben, es lo que me queda de ellos, puros grafismos. Leo a unos, a otros, a otra, algunos más y todo comienza a cobrar sentido, todo se conjuga para darme un solo mensaje, ese que no quiero conocer, ese que no me hace bien, ese que probablemente no es.
Como primer impulso preferí unirme a ellos y hacer lo mismo: escribir. Palabras aquí, palabras ahora, palabras allá, palabras después… Palabras, palabras, y más palabras; todas ellas sin sentido; sólo el que en el preciso momento de retratarlas decidí darles. Ah, pero qué conveniente nos resulta leer, pensar, interpretar, dotar de sentido a todo aquello que los demás comunican para poder criticar, para enjuiciar y determinar hasta dónde se han vuelto locos o hasta dónde afectan a nuestras propias vidas.
Todos nos ponemos a tejer, a enmarañar y, luego, a desenmarañar. Hemos maquilado una enorme cantidad de telarañas que se entrecruzan y nos tocan a todos, que nos oprimen y obligan a estar conectados sin más razón que la mera curiosidad; pero dicen por ahí que ‘la curiosidad mató al gato’ o, en este caso, a todas las arañas. Nos carcome, nos llena de dudas y roba nuestra serenidad, esa a la que tanto aspiro, porque no puedo afirmar que todos persigan lo mismo.
La tormenta hace mucho ruido, tanto que resulta ensordecedor y, peor aún, adictivo. Quién hubiera imaginado que al tirar del carrizo que contiene el hilo que gustamos de enredar terminaríamos por jalar a las propias nubes para provocar que se cerraran y así producir el gran diluvio, ese épico del que todos hemos leído, del que todos, absolutamente todos, hemos temido.
¡Basta! Cierra los ojos, oprime la suposición y retoma tu vida, deja a un lado las ideas que no tengan más razón que la que sus propios autores hayan querido darles. Silencia a los demonios que dentro tuyo suplican por más errores, por más interpretaciones. ¡Calla! ¡CÁLLalos! ¡CÁLLENse! ¡CÁLLATE!
¿Lo notas? Sí, es el silencio en tu interior, un silencio palpitante que te devuelve la tranquilidad, que te ayuda a recordar quién eres y  adónde vas. Gózalo, disfrútalo, regocíjate y pon mucha atención porque está por asomarse el sol. ¿Te das cuenta? Ahí está, detrás de esa colina. Ya no hay gotas, sólo los charcos de lo que está por dejar de ser. Es el momento ideal para concentrarte en lo tuyo, para prestar atención a lo único que importa en esta vida, si es que sólo hay una. Abre los ojos pausadamente, percátate de este milagro: ahí estás tú, sólo tú. Y cuando recobres la vista y la cordura ahí estarán las palabras de aquellos que no van más allá, de aquellos que no pretenden algo más. Sonríe, que la locura a veces es sensata.

Nota mental: regresar pronto a los cuentos divertidos y dejar a un lado los escritos reflexivos que a muchos entristecen y la mayoría interpreta sin conocer su significado.

jueves, mayo 20, 2010

¡Qué difícil!


Por Juan Pablo Matarredona G.

Ay de aquellos que, con miedo a posibles aflicciones futuras, se queden sentados a la vera del camino llorando un pasado que ni siquiera fue mejor que el presente.
José Saramago.

Qué difícil es no sentirse amado. Qué difícil es no aceptar el amor. Qué difícil es enfrentar tus miedos; qué difícil es enfrentarte a ti mismo. Es difícil percatarte de que no eres un súper héroe, de que no puedes leer la mente de los demás, de que te has engañado toda tu maldita vida.
Y vaya que es difícil cuando se supone que has logrado tanto y, al ver atrás, te das cuenta de que todo lo hiciste sin tener la menor idea de porqué y para qué.
Es muy difícil extrañarla, extrañarlos… extrañarte. Resulta sumamente complicado darte cuenta de que no eres aquél que siempre fuiste, de que no sabes quién eres ni a dónde vas. Qué difícil es llorar y, cuando lo logras, más difícil dejar de hacerlo; las lágrimas corren pero, al parecer, no curan nada, sólo traen la realidad a flote, el dolor a la superficie.
Es difícil no tener ganas, pero más difícil encontrar nuevos ánimos. Difícil levantarse, difícil seguir caminando cuando no tienes fuerza para hacerlo.
Difícil escribir, difícil pensar, difícil decidir, difícil sostener decisiones, difícil sentir, más difícil dejar de sentir.
Pero aún más difícil percatarte de que toda la vida has querido ser amado, de que siempre lo has necesitado. Difícil estar solo; difícil, acompañado. Todo es difícil.
Mejor respira, eso es fácil. Mejor no pienses, eso no es tan difícil. Mejor corre hacia el espejo más próximo que tengas, párate frente a él, grita, aúlla, maldice, llora, déjalo fluir, sácalo todo, tus frustraciones, tus miedos, tus derrotas, tus corajes, tus desamores, tus malas intenciones, tus amores imposibles, tus victorias pendientes, tus dudas, todos tus temores… Y cuando la serenidad haya llegado, respira nuevamente, observa esa mirada cristalina y comienza a hacer lo que siempre quisiste que los demás hicieran para ti: date amor, date cuenta de que eres grande, de que eres fuerte, de que eres sabio, de que ERES. Percátate y convéncete de que puedes, de que debes y de que te debes tanto que no es momento de rendirte. Deja que la tormenta pase, las cosas resultarán para bien, y cuando no caiga una gota más ahí estarán junto a ti aquellos que, por decisión propia, te quieran dar lo que tú nunca te diste sino hasta el día de hoy… Sí, es difícil, muy difícil, pero factible. Es posible… porque tú puedes.

Catatonia

Por Juan Pablo Matarredona

Me dio la impresión de que era esclavo de una sobrenatural especie de terror.
Edgar Allan Poe, La caída de la Casa Usher.

¿Lo imaginas? Parecía una escultura viviente; allí, paradito en la calle de Preciados  como si alguien lo hubiese pausado justo cuando caminaba. La verdad es que el pobre hombre no olía nada bien, vamos, los indigentes jamás se han caracterizado por usar colonia. Dicen que cuando se dieron cuenta ya llevaba ahí más de catorce horas. ¡Joder! ¡Catorce horas en la misma posición! ¡Catorce horas sin hablar con alguien! ¡Catorce horas inmóvil! ¡Catorce horas atrapado en su cuerpo! Vaya paradoja, ¿cómo puede alguien terminar esclavo de su propio cuerpo?

Ya, ya, perdón… Sí, tienes razón, también los que son adictos al ejercicio son esclavos de sus cuerpos, pero en otra dimensión; por lo menos tienen el control de sus movimientos. En cambio este pordiosero fue encerrado allí sin que le dijeran ‘agua va’.

Al principio a la gente le pareció algo cómico, todos creían que estaba jugando; vaya ilusos, no creo que alguien tenga la capacidad de jugar a los encantados por catorce horas continuas. Así que no faltó el típico gracioso que intentó hacerle cosquillas o soplarle en la cara, ni qué decir del granuja que amenazó con golpearlo ‘para ver si del susto se movía’.

Creo que eran por ahí de las dos de la tarde cuando pasé a un lado de la Fnac y le vi; definitivamente algo movió en mí, porque desde ese momento decidí suspender todas mis actividades -que no eran muy urgentes- para estudiarle. Sí, ya sé, no soy ni psiquiatra, ni antropólogo, ni nada que se le parezca; vamos, ni la universidad terminé. Pero eso no limita mi derecho de analizar a la raza humana y vaya que éste era un espécimen digno de observación.

Primero me senté en la escalinata de un local aledaño que, por fortuna, estaba cerrado, así no molestaría a nadie, y desde ese emplazamiento lo observé detenidamente. Su ropa, muy sucia y roída, aún más el saco que le cubría; su calzado, curiosamente nuevo, seguro lo había robado; su pelo, ondulado, cano y desarreglado; la barba, tupida y amorfa; pero, lo más asombroso era su expresión, pues era la típica de alguien que está concentrado en algo que va más allá de lo que tiene enfrente, que, a pesar de tener los ojos fijos en un punto, su mirada va mucho más allá, seguramente hasta su interior. Y qué decir de la postura que, claramente, era la de un hombre en pleno acto de andar, con la pierna derecha al frente, un poco flexionada, contrario a la izquierda, que estaba completamente estirada y el talón de su pie no tocaba el suelo, como si se impulsara con la punta de esa extremidad. El brazo derecho hacia atrás, mientras que el otro, en la posición contraria, típico de alguien en plena andanza. Lo más curioso era el objeto que pendía de la mano zurda: un bolso femenino; se veía ya gastado, era café y estoy convencido de que no lo había hurtado, lo cargaba con tal seguridad que cualquier podría afirmar que allí dentro se encontraba la posesión más valiosa de ese hombre. ¿Cuál? ¡Uy, me lo pregunté un centenar de veces! Divagué al respecto por más de dos horas: un reloj, un documento, un afiche religioso, la fotografía de una mujer, el mechón de su primer hijo, un pedazo de pan, un cheque multimillonario, una caja llena de sueños, un libro escrito que revolucionaría la literatura, la fórmula para curar el cáncer, un billete de tren, un jabón de ducha; vaya, podrían ser un millón de cosas. Lo único que comprendí fue la importancia de ese bolso por la forma en que sus dedos estaban aferrados a sus asideras.

Luego de un par de horas mis glúteos, sí, esas minúsculas nalgas mías, ya se habían cansado de reposar sobre el rígido y frío escalón, por lo que decidí cambiar mi perspectiva y opté por tomar un punto de vista más dinámico, así que comencé a caminar en círculos a su alrededor. Para ese entonces ya éramos muchos los curiosos, sólo que la mayoría le miraba sólo por un rato; en los mejores casos iban y venían un par de veces para admirarlo o burlarse, como aquel niñato que, luego de observarlo en dos ocasiones, volvió con un amigo suyo para, entre risas, amarrarle las agujetas y así, en caso de que reaccionase, haber cometido la tradicional travesura; y qué decir del ladronzuelo que, en menos de tres segundos extrajo todo lo que encontró en los bolsillos del rígido sujeto; ni yo ni nadie de los presentes fuimos capaces de reaccionar a tiempo, cuando razonamos lo sucedido, el delincuente ya corría a toda velocidad.

Fue mientras realizaba uno de mis cíclicos rondines alrededor de Lorenzo, así decidí llamarle por su ajena mirada, que comenzaron a llegar miembros de la Guardia Civil y uno que otro psiquiatra, quienes no tenían la menor idea de qué hacer con nuestro escultural personaje. Lo que más me llamó la atención fue que nadie, absolutamente nadie, me pidió que me alejara de Lorenzo luego de que cercasen el perímetro que le rodeaba para evitar que le gente se acercara; por el contrario, parecieron entender muy bien la relación que estaba por desarrollar con esa momia viviente.

Después de casi tres horas de caminar dibujando el diámetro de su espacio vital y de mirar fijamente sus ojos cuando pasaba enfrente, logré establecer contacto, conseguí sentir que su mirada enlazaba con la mía. Y ocurrió lo que sucede cuando alguien presiona el disparador de una cámara fotográfica para que su obturador abra y cierre en cuestión de microsegundos. Tras ese instante comencé a sentirme cautivo, lejano, impotente. Y es que comprendí que me había esclavizado. ¿Quién es ese extraño que camina a mi alrededor y pretende ser yo? ¿Quién me ha suplantado? ¿Qué coño hago yo aquí dentro? ¿En qué momento me encerraron? ¿Qué hace toda esa gente mirándome? Personas que, fuesen científicos, rescatistas, médicos o gente de la más común, se preguntan sobre mi identidad, todos quieren saber quién soy. ¡Vaya incógnita! Lo que les desespera es que no hay quien pueda responderles y el único que según ellos podría hacerlo, está inmóvil, catatónico. ¡Qué bendición para mí! Pues ni aunque tuviese el control sobre el cuerpo que me cautiva, tendría la capacidad de responderles. Debo verle el lado bueno a las cosas, porque ésta es una excelente oportunidad para descubrirme. Por favor no me toquen y no se preocupen, que cuando tenga la respuesta todo volverá a la normalidad y podré continuar mi caminata con el bolso que le robé a aquella señora que se cansó de perseguirme. 

Ímpetu de renovación

Por Juan Pablo Matarredona

Aquello que escoges hoy reverberará durante mil mañanas.
Deepak Chopra, Jamás Moriremos.

Hoy es un buen día para comenzar porque, ¡vamos!, emprender algo nuevo siempre es útil; siempre, inspirador.
¿Te ha sucedido que abres los ojos por la mañana y algo, un no sé qué ni porqué, te dice “órale, huevón, este es el momento” y, tras ese constructivo imperativo interno, pones manos a la obra?
Pues eso mismo me pasó esta mañana. ¡Fue increíble! Desperté dos horas y media antes de lo habitual, y fue como si la luz que entraba por la ventana y que penetraba las cortinas para hacerme notar que éstas no cumplen con su finalidad, tendiera una enorme mano hacia mí para obligarme a saltar fuera de la cama. Luego de que su ímpetu de renovación me sacudiese el sueño y, aunque yo no lo pidiese, también la pereza, decidí descender los veintiocho peldaños que separan a esta planta de la cocina de esta mismísima casa para preparar un café –cliché necesario para comenzar con mi nueva carrera de escritor–. Seamos honestos:  ¿Quién se imagina a un escritor sin una taza de café a un lado?

Bueno, bueno, regreso a mi relato.

Después de servir dicha taza con el café más insípido del mundo, pero lo suficientemente humeante como para convencerme de que cumpliré con la imagen soñada, ascendí rumbo a mi estudio completamente decidido a emprender la ilusión de ser escritor y fue ahí cuando me topé con un nuevo reto: contar con mi propia y auténtica máquina de escribir, ya que en este hogar sólo existen cuadernos y bolígrafos. Seamos francos: ¿Quién se imagina a un escritor sin su típica máquina de escribir puramente mecánica? Por lo que llegué a la conclusión de que, antes de comenzar con mi nueva carrera y si es que pretendo hacerlo con el pie derecho (aunque, en realidad, debería hacerlo con las manos, por aquello del tecleo), debo programar una visita a los mercados de pulgas más prestigiados de la ciudad para hacerme de ese imprescindible objeto sin el cual jamás lograré renovarme y emprender mi nuevo oficio.

Pero bueno, esa es misión por programar, pues ya suena mi despertador, lo que significa que es momento de ducharme y dirigirme a ese trabajo tan monótono y aburrido para el cual vivo. Afortunadamente hoy fue un buen día para comenzar; bueno, por lo menos para imaginar cómo debería comenzar. Hasta luego, ya voy tarde para la oficina.

jueves, septiembre 25, 2008

Equilibrio en el reencuentro

¡Qué difícil es reencontrarse! Ah, pero qué sencillo es olvidarse de uno mismo. Crecer y madurar son procesos que parecen sencillos, naturales, pero no, no son cosa fácil. Hoy me di cuenta de que he olvidado muchas cosas de mí, hoy me percaté de lo poco que me importa mi pasado. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, recordé quién fui y dejé a un lado quién quiero ser. Esta noche buscaré un color que me ayude a equilibrar esos dos conceptos para arrojar, por vez primera en largo rato, un resultado coherente y honesto: quién soy. Ah, es doloroso madurar, ¿será que los frutos también sienten lo mismo? ¿Disfrutarán ese dolor como yo lo hago?

sábado, abril 28, 2007

UN CACHITITITO DE HISTORIA.
La 'generación X' y Mammá Soplete, sorprendente.

Nunca les he dicho a mis otrora grandes amigos y ex compañeros de aventura rockera que me gusta lo que grabaron con la banda que fundaron luego de mi salida. Tampoco les he contado que dejé de tener malos deseos hacia ellos desde ya hace buen tiempo; espero tener la oportunidad de hacerlo algún día.
A pesar de ya no tener contacto con ellos y luego del profundo conflicto que sostuvimos y que no terminó bien, debo admitir que aún les quiero, aunque cuando me topo a uno de ellos ya ni siquiera hay un gesto de saludo. Entiendo que la distancia es lo mejor para seguirles queriendo, a mi manera, de lejitos.
El rock & roll ya lo superé, y estoy contento de haberlo dejado, creo que no me deparaba ningún futuro. Sé que suena raro, pero también les agradezco haberme apartado de eso, aunque en el momento fue muy doloroso. Creo que con la banda –aceptémoslo, nunca fue buena, sólo que tuvo un sabor muy peculiar– hicimos todo lo que pudimos; con eso me basta para estar orgulloso de ese pasado.
Hoy me di un chapuzón en la red y me topé, para mi gran sorpresa, un documento serio sobre identidad y rock en el que se menciona a la ya desaparecida ‘Mammá Soplete’. Es señalada como una de las representantes del movimiento grunge en México junto a bandas como La Barranca. Me produjo una tremenda satisfacción y estoy seguro de que a ellos, si algún día lo leen, también les parecerá tremendamente curioso. Copio aquí el extracto en que es recordado el grupo, también anexo la liga del documento por si hay algún curioso, como yo, que quiera leerlo…

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Artículo: Diversidad e identidad juvenil. Una visión desde el rock mexicano.
Autor: Antulio Sánchez

En los años noventa aparece de forma efímera la llamada generación X. A inicios de esa década se bautiza así a la generación de la incógnita, que se nombra de esta manera a partir de las obras de Douglas Coupland,12 y se caracteriza no tanto por su indiferencia, sino por una forma distinta de acercarse a la realidad social. La generación X tuvo repercusiones mundiales, pero en nuestro contexto, a pesar de terminar, también, como parte de la moda yuppie, fue algo que afectó a un sector juvenil del país,13 aunque fue en las bandas grunge donde tuvieron un asidero de identificación.
La generación X en nuestro entorno se define por un comportamiento propio de las actitudes de los sectores clasemedieros, se vincula con las emergentes tecnologías de comunicación (internet en forma específica). Lo curioso es que, en nuestro entorno, la generación X no está vinculada con la música grunge, acude al rock, pero no tanto a los grupos locales que se definen como grunge, sus gustos son pragmáticos, gustan de la world music, el dark o, incluso, no es raro que acudan a conciertos como los de Art Zoyd, a un performance o que asistan a la ópera en Bellas Artes. A pesar de eso, en México hubo grupos de clara filiación grunge como Mammá Soplete, Monitor, Mingitorio, Ciudad Kartón, Barranca, Havana o Disidente.

miércoles, marzo 14, 2007

¿El secreto de Clementine?

Hace tiempo que el blog no me inspira. Y me refiero sólo al mío, porque de leer ajenos aún no me aburro. No he querido escribir o, simplemente, ya no he tenido nada que escribir. Tal vez no es ningua de esas dos opciones, sino que ya no tengo tiempo para sentrame, con tranquilidad, a hacerlo. Cómo extraño esos días de comprar un 'jarocho' para ponerme a escribir. O aquellos en los que tenía tooooda la mañana libre antes de comenzar mi turno en la radio. Vaya que podía aprovechar el tiempo para recrear mi cultura (o intento de cultura). Bueno, decidí escribir de nuevo no para aventarme uno de esos cuentitos fumados que tanto se me dan, ¡no! La razón que me inclinó a hacerlo fue la curiosidad. Algunos creen en el azar, pero lo que acabo de descubrir me hace pensar que no existe y que todo se da por una causa. De manera azarosa me 'tropecé' con otro blog, el de una tal 'Clementine' donde, sorpresivamente, el único vínculo que hay hacia otro sitio corresponde con el mío. La verdad es que me tiene asombrado y me hace sentir bastante halagado. Creo que hay algo interesante en ese blog, la manera en que la autora se describe, lo que cuenta... mmm... no sé hay algo que me hace contemplarlo como un espacio digno de recomendar. Así que ya lo sabes, querido visitante, date una vuelta por ese sitio y a ver si tú eres capaz de descubrir 'el secreto de Clementine'. '¡Si lo encuentras por favor házmelo saber!

lunes, julio 17, 2006

Ayer pasó el pasado lentamente
con su vacilación definitiva
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente.
MARIO BENEDETTI

ENCUENTROS
Por Juan Pablo Matarredona

No suele ser grato encontrarse contigo, pero en algún momento debía hacerlo. Ha sido recurrente en mi actuar el tenerte miedo. Todo por huir de Aquél: he salido corriendo, despavorido, sin el valor de enfrentarlo y, entonces, al regresar te veo y me provocas temor. ¿Por qué?… ¡Ah, qué buena pregunta!
Debería verte con gusto, con interés, pero cuando estás cerca acostumbro girar la mirada, evadirme de ti, como si no estuvieses allí. Te he evitado, lo acepto. Te he negado, confieso.
Son ya casi dos años de esconderme. La primera vez que escapé fue todo muy rápido, no supe lo que hacía; de pronto estaba lejos, tan lejos como para comenzar a extrañarte. Ahí te presumí, fardé todo lo que pude por causa tuya. Al principio me vi desprendido de tu yugo, pero no pasó mucho tiempo antes de que creyese necesitarte; cada vez más y más. Cuando hay miles de kilómetros de por medio saltan las bondades de lo que dejamos del otro lado, los defectos desaparecen rápidamente.
La añoranza fue mi gran debilidad. Busqué mi pronto regreso para llegar a tu encuentro, para que me recordases quién soy; pero al volver, en el momento que te vi, temí. Así permanecí durante meses: cerca de ti, pero sin el valor de enfrentarte. En un par de ocasiones fue imposible evitarte, pero procuré prestar la menor atención, luché por no mostrarme interesado en ti.
Las cosas transcurrieron normalmente, pero los problemas con Aquél crecieron día a día hasta que me vi orillado a correr de nuevo. Si la primera vez tuve miedo, ahora era pavor, no podía estar cerca de él, me devoraría. Así pasaron meses, te olvidé, te enterré. Pero algo -no sé bien qué- me animó a regresar. Esta vez no te extrañé, no pensé en ti, no eras el motivo de mi retorno.
Al volver no te vi, no te busqué, jamás me crucé contigo. Y no sé cómo hubiese reaccionado de haber tenido un encuentro los primeros días. Pero hoy las cosas son distintas, he dejado el temor a un lado. Hace semanas comencé a extrañarte y a indagar por ti… Sorpresivamente has aparecido. Ambos nos hemos buscado y, por fin, nos hallamos. Ahora veo con claridad todo aquello que decidí olvidar para que me aceptasen unos cuantos.
Lo que me perturbaba era tu faceta más reciente, la de la traición. Siempre imaginé que el pasado tiene como fachada los acontecimientos más actuales; ahora veo que tiene la cara que deseamos verle. Ya no eres uno, eres múltiple. Ya no eres malo ni bueno, eres lecciones, experiencia, amistades, sentimientos, pensamientos, errores, aciertos, eres yo y cada uno de los factores que me han formado. Eres grande y, por ende, me transmites tu magnificencia. Debo decir, entonces, ¡somos grandes!

jueves, junio 15, 2006

Es hermoso no resignarse a olvidar.
ARTURO PÉREZ-REVERTE, El maestro de esgrima.

DE TU EJEMPLO VIVO
Por Juan Pablo Matarredona

Hay temporadas que me gustan más que otras. No creo ser el único que piensa así, es que –hay que ser francos– algunas épocas nos hacen más felices, como la Navidad o las vacaciones de verano.
Estos días son así, de los que me ponen de mejor humor. Sé que parece extraño, pero es tu memoria la que me da la felicidad. No puedo esperar a que sea domingo para ir a platicar contigo, llevarte flores y sentarme sobre tu lápida por el resto del día… tu día, nuestro día.
Con ésta ya van a ser diez las veces que disfrutamos así el tercer domingo de junio. También fue un tercer domingo, pero de marzo, cuando los perdí a los tres, sí, también tres.
Ya te imaginarás cómo están las cosas por acá, se habla en televisión a todas horas sobre los papás (bueno, no tanto como otros años porque hay fútbol y campañas electorales, pero aun así se habla). Mis amigos renuevan las relaciones con sus padres –que todavía viven–, y se les escapa el presumir lo maravillosos que han sido siempre con ellos: que si les regalaron un coche, si les pagaron la escuela, si los llevaron de vacaciones a Europa… todas esas cosas que ustedes hacen por los hijos.
Pero son pocos los que tienen una relación tan profunda como la nuestra. No habrás podido invertir muchos años en mí, por cuestiones de mortalidad, pero siempre estuviste dispuesto a intimar lo necesario para compenetrar hasta el fondo.
Fueron muchas horas de diversión, algunas otras de regaños. Aquellos ratos de hacer ejercicio juntos, de poner a prueba tus músculos y mi resistencia, de contener el dolor y el cansancio. No importaban las secuelas que permanecían por días; ese momento a tu lado valía el sufrimiento físico.
Las salidas al cine para ver las películas de moda, ésas de las que todo el mundo hablaba, pero sólo tú sabías dar una opinión y una crítica certeras. Las comidas familiares. Los campamentos que hacías con Gerardo y conmigo: los tres hombres de la casa juntos frente a la naturaleza y sin mujeres. Los viajes a diferentes zonas del país, donde siempre supiste mostrarnos las distintas culturas que hay en esta nación tan compleja.
Pero, sobre todo, los momentos de consejo. Lograste constituirte como mi guía espiritual. Cada vez que enfrenté algún problema, allí estuviste para indicarme cómo arreglarlo y a qué soluciones debía recurrir. La convivencia de padre e hijo te llevó a ser el mejor educador sexual que se haya erigido en toda la historia. No creo que algún otro progenitor tuviese la madera que poseías para enseñar con tanto conocimiento en ese rubro.
Fueron tantos y tan variados nuestros momentos que todos sus recuerdos me producen alegría; bueno, casi todos. Sólo hay uno que no resultó para bien, no por lo que pasó, sino por sus resultados. Debo dejar en claro que te comportaste como todo un hombre aquella noche, como esperaba que te comportases.
Ese tercer domingo de marzo mi madre fue la imprudente. Tu embriaguez no era pretexto suficiente para no dejarte entrar a casa; por eso fui yo quien te abrió la puerta, para que pudieses darle una lección por buscar imponer su parecer y porque tú, le gustase o no, eras el jefe del hogar.
Me agradó la forma en que probaste tu musculatura contra su cuerpo, ¡qué mejor manera de educar! Lo de la pistola no era necesario, pero se veía muy bien. El problema fue la inmadurez de Gerardo al confrontarte; fue lo que te llevó a tomar la decisión adecuada: defender tu vida ante la terrible amenaza de una mujer y un pequeño.
Lo que nunca he comprendido es por qué acercaste el cañón a tu cabeza. Por más que le doy vueltas no llego a encontrar una explicación lógica. ¿Por qué dejarme solo y no llevarme con ustedes? Sólo quedé yo, y estoy aquí, esperando el momento de tener más edad para ser un padre tan cariñoso y dedicado como lo fuiste tú, que entregaste hasta la vida por tu familia.

domingo, junio 11, 2006

DIATRIBA PARA EL SEÑOR LÓPEZ
Por Juan Pablo Matarredona

Algunas ideas prestadas que encajan muy bien con los sentimientos y pensamientos que me provoca el señor López cuando le escucho hablar o es sujeto de reportes noticiosos:

No sé por qué pero López, con perdón de ustedes si así se llaman, me suena a ratero cínico. FERNANDO VALLEJO, La virgen de los sicarios.

Que el dios de los pobres y el espíritu de nuestro pueblo guíen su camino. HUGO CAMERAS, candidato a diputado por el PRD. (No hay mejor manera de desearle la miseria; vaya dios, dónde tiene a sus feligreses)

Sospechosas se me antojan frases tan dulces en boca de semejante malvado. WILIAM SHAKESPEARE, El mercader de Venecia.

De los ladrones, amigo, es el reino de este mundo y más allá no hay otro. Siguen polvo y gusanos. Así que a robar, y mejor en el gobierno que es más seguro y el cielo es para los pendejos. FERNANDO VALLEJO, La virgen de los sicarios.

La aflicción que nos causa lo que no tenemos me parece provenir de la ingratitud que manifestamos por lo que tenemos. DANIEL DEFOE, Aventuras de Robinson Crusoe.

La historia nos ha enseñado que la naturaleza del hombre es malvada hasta extremos sublimes. El bien no se puede perfeccionar, pero la maldad sí. ELIZABETH KOSTOVA, La historiadora.

"No reconozcas nada", le decía una y otra vez a Gary. La sabiduría de su vida estaba contenida en aquella frase. NORMAN MAILER, La canción del verdugo.

El león cree que todos son de su condición. Proverbio popular.

Los pobres son así: agradecen para poder seguir pidiendo. FERNANDO VALLEJO, La virgen de los sicarios.

Por ser traidor hasta con la traición, lo amaban las gentes honorables. JULIO CORTÁZAR, El poeta propone su epitafio.

A cabrón, cabrón y medio. Proverbio popular.

El primer arte que deben aprender los que aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio. SÉNECA.

Tu opinión era la correcta y cualquier otra era errónea, excéntrica. FRANZ KAFKA, Carta al padre.

Entre más hablas de una cosa, menos esa cosa es. DAVID LYNCH.

El trabajo en equipo sólo sirve de eslabón, luego el ser evolucionado se lanza por la gloria personal. CHARLES MONTGOMERY BURNS, Los Simpson.

Doubt can be a bond as powerful and sustaining as certainty. JOHN PATRICK SHANLEY, Doubt.

UN POCO DE MI COSECHA:

Parte de la perfección es aceptar que no eres perfecto.

Que sean pobres no significa que sean miserables.

No sucede que el malo sea castigado y el bueno reciba su recompensa.

* Discurso o escrito violento e injurioso contra alguien o algo

domingo, junio 04, 2006


Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas.
CAYO CORNELIO TÁCITO

EN AQUEL LADO
Por Juan Pablo Matarredona

Allí estoy. Hablo, observo, pienso, analizo, todo al mismo tiempo. Pero es allí donde estoy, de aquel lado, no de este. Tú eres mi presa, eres el objeto de mi crítica. Créelo y témelo: los errores salen caros conmigo, no paso por alto ni el mínimo detalle.
En muchas ocasiones me han preguntado cuál es mi pasatiempo preferido. La mayoría de las veces respondo que la lectura o escuchar música; otras, simplemente, guardo silencio. Sea una u otra mi reacción frente a ese cuestionamiento, siempre he mentido. Ahora veo cuál es mi mejor forma de entretención: la crítica, el recalcar tus equivocaciones.
Ten cuidado en la manera conque me lees. Vas muy lento, ¿qué? ¿No sabes leer aprisa? Apúrate, concéntrate, mueve la mirada, abstrae más rápido, ¡vamos, lee, lee, lee!
Si voy en el auto, les veo manejar, les grito, me quejo, les ‘aviento’ el coche. Y a ese otro, pobre peatón, también lo someto a examen: Que si tiene la decencia de cruzar por el paso de cebra, si lleva a su bebé y atraviesa sin la menor precaución, si prefiere pasar por debajo del puente, si cree que es de hule y nada le importa: “¡Has de comer ligas, cab…n!”.
Y pobres de mis compañeros comunicadores –no comunicólogos, amigo lector, de esos hay muy pocos y no se exponen en los medios de comunicación– , son pocos los que se salvan de mi escrupulosa pesquisa. Qué duro he sido con gente tan humilde y trabajadora, pero no me disculpo, sigo pensando lo mismo de ustedes Gutiérrez Vivó, Paco Granillo, Origel, Uriel, Román, Adal, Omar Chaparro, Ciro Gómez Leyva, Germán Dehesa, René Franco, Olallo Rubio y todos los que se me olviden en este momento; les absuelvo de sus pecados mientras no cometan más.
¿Estás cansado de leer? Ya me percato. Vaya, se nota que no hojeas ni medio libro al año, ¡ignorante! Sí, lo sé, también se nota que no gano simpatías con esta malsana obsesión, esta fijación por alejarme de mí, por acudir a ti, y al otro, y a la otra… Por no pensar en lo que llevo dentro, por temer a mi propia crítica, por no saber cómo ordenar el caos en mi interior… Mucho tiempo ha que dejé de ver hacia dentro, este parece un buen momento para volver a acudir a mí. Deséame suerte, estimado objeto de mis críticas; voy a realizar un profundo viaje.


CONSEJO PARA EL SEÑOR CERATI
Gustavito, decide bien adónde vas. No te quejes cuando te pregunten por Soda Stereo, si eres tú quien da a los periodistas biografías en las que la banda abarca casi el setenta por ciento del contenido. Si quieres olvidar a un muertito, no le reces ni le enciendas velas y, de paso, esconde sus fotografías. Pero, por favor, no tengas en ermita su imagen para después renegar cuando alguien le mire y lo traiga a colación. Parece que no eres muy amigo de la congruencia.

domingo, mayo 28, 2006

Not OK

No he podido escribir en las últimas semanas... Mi columna no ha sido publicada. Estoy pasando un periodo complicado. Hoy, en especial, no me siento bien. Parece que el mundo se me ha escapado y no sé cómo remediarlo.

domingo, abril 30, 2006

No ves lo que eres, sino su sombra.
RABINDRANATH TAGORE

DE MALDAD ESTÁ HECHO EL HOMBRE.
Por Juan Pablo Matarredona

¿Has pensado alguna vez en porqué son importantes? Yo, nunca. Pero si no lo fueran, no existirían. Al menos eso quiero creer, pues siempre me conduzco con la premisa “todo tiene una razón de ser “,entendiendo a esta como fin.
Tal vez lleven consigo algo más que una imagen. Vayamos por pasos. Consisten en la representación visual de un objeto, sí, eso es evidente; y también lo es su mayor oscuridad contra la del fondo en que son proyectadas. Pero, ¿significará eso algo?
Si nos guiamos solamente por lo físico, podemos estar seguros de que nos llevan de una representación tridimensional a un mundo de sólo dos dimensiones, son reduccionistas, responden al tan de moda back to basics.
Por alguna razón, iconográficamente la luz siempre ha sido identificada con lo bueno, con lo celestial. También es cierto que sin algún tipo de luz, ellas no se presentarían, no nos acompañarían. Aunque tampoco podemos negar que está en su naturaleza huir de las fuentes lumínicas; a pesar de ser producto suyo. Son como los hijos que estamos atados a nuestros padres, pero renegamos en todo momento de su autoridad y profundo saber.
No les podemos abrazar, no les podemos tocar ni oler. Son incorpóreas, pero también cambiantes ya sea en su contorno, longitud, altura o tonalidad. Pero tienen una constante: siempre tienden a la oscuridad.
Algunas de ellas pueden tener una apariencia divina, si se les observa con atención y sin prejuicios; como la hija de mi vecina quien, por cierto, está desaparecida (entiéndase “no aparece”, malentiéndase “se perdió”, lo que se pierde queda en esa condición for ever and ever… Noticia de última hora: la chica ya fue localizada, un bien intencionado taxista –de esos que sobran en esta ciudad– la encontró. Agradezco a Jorge Zarza y a su equipo de Hechos Meridiano la ayuda prestada para la búsqueda… Una disculpa, querido lector, ya vuelvo al tópico de este escrito).
Quiero pensar que por el simple hecho de no tener masa, no es correcto abordar su naturaleza desde una perspectiva física, así es que habría que ir más allá; dígase, verlas de manera metafísica.
Recuerda que no podemos guiarnos por las apariencias, hay que ir a la raíz; y es ahora cuando debemos retomar un par de ideas: oscuridad –lo contrario a bondad– y representación de un sujeto (incluidos los objetos, sé que suena extraño). Pero, entonces, ¿cuál es el motivo de su existencia?.
Podríamos considerarles como tarjetas de presentación, la muestra más básica y concreta de nuestra personalidad, del carácter y, por ende, de nuestro espíritu. Luego de este razonamiento me invade el miedo, no quiero ahondar más en la materia (¿o debería decir “en lo inmaterial”?). Sólo te dejo una tarea: cuando estés parado bajo el sol, voltea y mírala, dime qué color tiene, así sabrás de qué color es tu alma… ¿Quién dijo que los seres humanos somos buenos por naturaleza?

domingo, abril 16, 2006

El hombre está dispuesto siempre a negar
todo aquello que no comprende.
BLAISE PASCAL

LA MOSCA MAYOR.
Por Juan Pablo Matarredona

No es normal que suene mi teléfono móvil, nadie de los que me rodean suele atravesar situaciones extraordinarias que requieran premura para contarlas. Fue por eso que me resultó muy extraño escuchar el timbre. La verdad es que me espanté. Si hubieses visto el salto que pegué te partirías de risa, no creas que sólo fue por el sonido; fue, más bien, por el vibrador que tienen ahora esos aparatos y, claro, sólo a mí se me ocurre traerlo en el bolsillo posterior del pantalón, así que imagínate la sensación tan extraña.

Cuando me di cuenta de que era mi celular, lo extraje del sitio donde estaba guardado. Diga, qué pasó. No entiendo nada, ¿estás bien? ¿Cuándo, ¡ahorita!? Pero no puedo, estoy ocupado. Bueno, ok, espero que no sea nada grave, eh. Voy para allá.

En realidad no me encontraba ocupado, pero creo importante aparentar que siempre se está en esa situación. Dejé mi taza de café a la mitad que, por cierto, gran parte de su contenido lo había vertido sobre mi ropa tras el primer timbrazo. Me puse de pié y comencé a caminar.

El sitio de encuentro no estaba lejos, debía recorrer Avenida México hasta la gasolinera, doblar a la derecha en Tres Cruces, avanzar unos 100 metros hasta llegar a la plaza, atravesarla hasta Carrillo Puerto e introducirme en la cafetería de la esquina. ¡Vaya, dos cafés en menos de veinte minutos!

Para mi sorpresa Gaba ya estaba ahí. Fue en ese instante que me invadió la preocupación. Nunca de los nuncas, en más de cinco años de conocernos, había sido puntual. Se le notaba sudorosa, pensé que sería el calor que ha hecho estos días, pero algo me decía que esa no era la razón.

Jaime, ¿te acuerdas que alguna vez dijiste que La mosca mayor vendría a buscarme? Pues lo ha hecho. Jamás pensé que existiera, siempre creí que era un invento tuyo para que dejara de matar moscas a diestra y siniestra (y, querido lector, créelo; sí era un producto de mi imaginación para sofocar esos ataques a tan inocentes criaturas).

No pude contener una tremenda carcajada. Vamos, a qué se refería con eso de «La mosca mayor»; seguro que la pobre había sido atacada por un abejorro y se lo tomó muy a pecho. Intenté calmarla, pero cada segundo iba creciendo su nerviosismo. Comencé a repasar el archivo mental donde guardo el recuerdo de psiquiatras, esto parecía grave y requería de un especialista inmediatamente.

Entró a mi casa, lo bueno es que tenía cerrada la puerta de mi habitación, si no, no estaría aquí para contártelo. Tuve que salirme por la ventana, la maldita ya estaba golpeando mi puerta, seguro que a estas alturas ya la tumbó. No sabes el desastre que debe haber en la sala, sólo escuchaba cómo volaba de un lado a otro mientras destrozaba todo. Jaime, fue a buscarme, ¡se quiere vengar! Tienes que ayudarme, eres el único que sabe qué hacer, sólo tú me has hablado de ella. ¡Por favor!

Consideré que lo adecuado era mostrarle que había tenido una alucinación, así es que nos apeamos para dirigirnos a su hogar. Desde afuera no se escuchaba nada, pero Gaba aseguró oír su estruendoso aleteo. Le pedí la llave y abrí la puerta. Al entrar me quedé asombrado por el desorden, lo cuadros ya no colgaban de las paredes, los muebles no estaban en su sitio, era un campo de guerra. En ningún momento pensé que habría de lidiar con la locura de alguien, pero ahí me encontraba, frente a los efectos de una mente dañada por la simple manía de asesinar inocentes moscas. Además de los destrozos -como sospechaba- no había nada, ni un solo rastro de persona o animal alguno.

Ella se tranquilizó, de pronto dejó de escuchar ese sonido que, decía, se parecía al de un ventilador industrial. Nos sentamos y permanecimos callados por largo rato. Después pidió disculpas, le aconsejé ver a un médico, tomé un bolígrafo y un papel para escribir los datos de uno en quien confío. Me lo agradeció profundamente. Fue a la cocina a preparar café y así nos quedamos por toda la tarde. Mi amiga había vuelto a la cordura.

Podía retirarme en cualquier momento, pero habría quedado intranquilo si no la veía descansar, debía asegurarme de que Gaba ya se encontraba bien. Dijo estar exhausta y le propuse acompañarla a su habitación para cerciorarme que iría directo a dormir. Subimos las escaleras. El corazón se me aceleró cuando vi de lo que había sido capaz, cómo puede una mujer común tener tanta fuerza como para derribar una puerta. Preferí no reprochárselo.

Entró Gaba por delante y fue en ese instante que apareció el insecto. No creas que era «La mosca mayor», era de las mismas proporciones que cualquier otra. Ni siquiera me dio tiempo de reír por causa del diminuto ser que había apabullado a mi amiga. Sin darme un momento para reaccionar, el feroz insecto abrió sus enormes fauces y devoró, de un solo bocado, a la chica. Echó a volar, salió por la ventana, y jamás le he vuelto a ver. ¡Si tan sólo le hubiese creído! Tú que me lees hazme caso, La mosca mayor está suelta por algún lado, se cuidadoso si la topas.

domingo, marzo 26, 2006

Las mentes más puras y sesudas son aquellas
que aman el color por encima de todo.
JOHN RUSKIN

POLICROMA.
Por Juan Pablo Matarredona.

Un día como cualquier otro el naranja pintó mi habitación, me levanté, fui al blanco y descubrí que salía rojo. No era para alarmarme, tal vez era por lo que había entrado un día antes; preferí no ponerle mucha atención. Lo feo pasó cuando volví a visitar el blanco, rojo apareció otra vez. ¡Qué miedo!

Me daba pena decírselo a alguien, pero decidí que lo mejor era preguntar, así que me subí al plateado y me fui. No tardé mucho en llegar, y vi muchos colores, no eran muy alegres, pero tampoco tristes. Cuando llegué hasta arriba pregunté por él, pero me dejaron esperando un buen rato en ese lugar gris. Después de una media hora me dijeron señor de verde y rojo, pase, es hasta el fondo a la izquierda. Caminé, caminé y caminé nueve pasos para llegar al fondo, crucé la café y me saludó el blanquiazul.

Al principio fue muy amable, me hizo muchísimas preguntas para sonrojarme, pero de ese color ya tenía mucho como para querer todavía más. Después revisó, revisó y revisó durante un minuto. El naranja entraba por la ventana y yo preferí ver hacia el blanco de arriba como para fingir que no pasaba nada, me moría de pena.

Luego de checar durante un ratito, blanquiazul me dijo que me podía enrojecer más, que hasta me podía poner negro y que todo era culpa de la señorita de rosa. ¡Me regañó horrible! No hacía falta que me pegara con el cinto ni nada de eso; con las fotos rojas, rojas, rojas que me enseñó fue suficiente como para que me sintiera muy mal. Me puse súper triste.

Cuando salí de ahí las transparentes saltaban desde mis ojos y hacían más brillante el rosa de mis mejillas. Llegué aquí y encendí la blanca –aunque para ese entonces ya se veía más amarillenta– y me puse a investigar. Me indigné muchísimo, me di cuenta que el señor blanquiazul había exagerado para espantarme, se aprovechó de mi inocencia. Pero sí era cierto es que la de rosa tenía la culpa. Le llamé, le dije, le recomendé, le reclamé, pero ella lo negó todo, todo, todo.

Estuve muy triste, triste, triste por días, días y días. Hasta le pedí a Amarillo que me ayudara; en fin, hace mucho, mucho tiempo también tuvo rojo. ¡Muchísimo rojo! Nomás porque nadie le creía. Ah, pero ahora sí, todos (bueno, casi todos) le creen. Unos días después blanquiazul me arregló. Qué chistoso, para quitarme el rojo me tuvo que poner más rojo. Me sentí muy mal, pero todo era por mi bien.

Luego, la de rosa, me dijo que la de azul también expresaba rojo. Me sentí muy ofendido, porque azul y verde nunca nos mezclamos, te lo juro, ¡cómo se atreve a insinuarlo! Pero bueno, lo importante es que ya soy verde otra vez. ¡Qué alegría que no me puse negro!