miércoles, diciembre 07, 2005

Shock 1 de diciembre de 2005, El Noreste


La incertidumbre es una margarita
cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar.
MARIO VARGAS LLOSA

EL VALOR DE DECIRTE ADIÓS.
Juan Pablo Matarredona

No siempre se tiene algo que decir. ¡Ah, pero qué trabajo nos cuesta aceptarlo! Nos atemoriza la simple idea de quedarnos callados o de no tener algo concreto en mente.

Hoy no sé qué pensar. Incertidumbre, me has hecho tu presa; pero fui yo quien te invitó, quien te dio entrada a mis pensamientos y sentimientos. Es bueno, de vez en cuando, dudar de las cosas, pero hay que conocer el justo medio, hay que tener conciencia de cuánto tiempo debe durar esa sensación para que no se convierta en algo dañino. Creo que en esta ocasión no me preocupé por determinar tu estancia y ahora no sé cómo despedirte.

Dicen que el muerto y el arrimado a los tres días apestan. Y ya te has convertido en un sentimiento hediondo. Recuerdo los regalos que me dio un amigo mucho menor que yo, un amigo con mucha inocencia y sin preocupaciones: Dos mascotas que decidí nombrar Casiopea y Gárgamel. ¿Quién iba a pensar lo mal que podían oler? No me costó trabajo tomar la decisión de eliminarlas de mi vida, ahora están de vuelta a su hábitat.

Nadie quiere convivir con algo que le incomoda al olfato. Pero sí somos capaces de sobrevivir con sentimientos inciertos, con dudas que se encargan de enturbiar los pensamientos. He dejado de confiar en todos, el delirio de referencia es el motor de mis procesos mentales.

¡Calla! ¡Pon la mente en blanco!… 1… 2… 3… 4… Qué diferencia, ¿verdad? Comenzamos a aclararnos. El blanco es el color de la pureza, es símbolo de limpieza e inocencia. Por qué temerle al no pensar, al no hablar.

Hoy me atrevo a decirte adiós. Perdona que sea descortés, pero tu estadía me ha orillado a no prestarle la atención suficiente a aquellos que tienen cosas buenas para mí, a los bienintencionados. Ellos no son los culpables de mi falta de confianza, fui yo quien decidió no tenerla, y estuve en un grave error. Hoy lo acepto y busco corregir.

Ahora me resta luchar por recuperarles, y confío en su bondad para perdonar porque confío en ellos. Este es un gran comienzo… ¡Adiós mal olor, adiós putrefacción! Que tengas buena vida en otros seres, mas no en mí.

Shock 18 de noviembre de 2005, El Noreste


Creo que nunca he rechazado a nadie, de veras.
La gente se me ha ido quedando atrás, eso es todo.
JULIO CORTÁZAR, Último Round.

DE TI PARA MÍ.

Querido Juan Pablo:

Sé que hoy pensaste en mí. Estoy segura de ello porque también me acordé de ti. Hace tiempo no me entero de tu vida porque no quiero enfrentar la realidad; por favor perdóname.

La verdad es que las cosas no terminaron como debía ser, pero creo que no tuve otra opción o, mejor dicho, no quise verla. Muchas veces he pensado en reivindicarme y arreglar lo nuestro, pero no me atrevo.

Hoy tengo miedo de abrir los ojos, de caer en cuenta de que nada ha cambiado, que sigo siendo la misma persona. No es la primera vez que temo, pero sí la primera ocasión que me atemoriza mi condición.

Recuerdo aquella vez en que te dije que te acompañaría a cualquier lugar, que estábamos juntos en todo y por siempre, pero creo que fueron palabras sin meditar. Ahora me doy cuenta de la seriedad de tus objetivos, ahora veo que fui yo quien te engañó.

Trato de ponerme en tu lugar, pero no lo consigo. No puedo concebir cómo decidiste comprometerte a tanto con alguien como yo, con alguien que le huye al futuro. La verdad es que no pensé lo que te decía, siempre creí que tu entusiasmo era tan débil como el mío, tan efímero y pasajero que serías el primero en dejarlo todo a un lado para cambiar el rumbo y olvidarte de los demás. Hoy veo que no, que fui yo quien decidió disminuir la marcha… Fui yo quien nos abandonó.

Sigo tendida en la cama. Mis párpados continúan en posición de reposo. ¿Para qué permitir que la luz penetre por mis ojos? Sé perfectamente lo que voy a encontrar. Frente a mí estará la misma ventana que me permite la visión de un mundo que no comprendo, de un mundo que ya me es ajeno. A mi derecha, la misma mesita de noche con la misma lámpara que cede ante mi petición de darme luz cuando lo requiero. Si miro más allá de ese mueble, sé que puedo ver la pintura de Dalí que siempre te ha cautivado.

Y si volteo a mi derecha sé que seguirás recostado ahí, descansando mientras continúas tu vida; deseando que algún día de estos apriete el paso para alcanzarte en ese largo recorrer que prometimos hacer juntos. Sé que seguirás teniendo fe.

Por favor espera, que ya abro los ojos. ¡Prometo correr hasta alcanzarte! Estoy segura de que seguirás confiando en mí.

Te quiere.
Tu rezagada.

Shock 4 de noviembre de 2005, El Noreste


Aquel que no mire más allá de su propia mente
se verá pronto reducido a la más miserable de
todas las limitaciones, es decir, a sus propias obras.
SALVADOR DALÍ.



LA GUERRA DE ASPERGUER*
Por Juan Pablo Matarredona


Somos bélicos por naturaleza. Pareciese como si no pudiésemos vivir sin encontrar un rival en todo aquel que se planta en nuestro camino. Ni tú ni yo ni Jorge somos la excepción.

Cuando él era apenas un infante, con sólo cuatro años en su haber, se vio amenazado; descubrió que su madre aumentaba de peso. La verdad es que al principio no supo interpretar el cambio físico que experimentaba su progenitora, pero de poco en poco las pistas se presentaron ante sus ojos y su casi nula capacidad de raciocinio alcanzó a interpretar esta metamorfosis: quien lo había dado a luz estaba en espera de un nuevo ser.

¡Oh, Dios! ¿Sería este el prematuro fin de una feliz infancia? Funestos sentimientos lo atormentaron, pero en realidad no sabía muy bien a lo que se enfrentaba. Jorge pasó por una etapa de ecuanimidad, de calma, pretendió convencerse de que su nuevo hermano en nada cambiaría los privilegios que gozaba desde cuatro años atrás, pensó que nadie le daría importancia.

Cuando todo parecía resuelto para nuestro pequeño amigo, el problema llegó a su máxima intensidad: la nueva cría respiró y lloró por primera vez. La novedad acaparó la atención de todos. Jorge se vio desplazado. Desde ese momento no sería tratado de la misma manera, no sería el alma de la felicidad, sólo representaría una pequeña parte de ella.

Qué difícil nos resulta compartir nuestros privilegios con los demás, preferimos la guerra; Jorge optó por la guerra. Lo curioso es que es una guerra en el interior, nos vemos ensimismados y es en el terreno personal donde damos lugar a todas las batallas. ¿Para qué buscar nuevos campos, para qué dar oportunidad a los nuevos contendientes?

Fernando era el nombre del nuevo ser humano que, sin saberlo ni desearlo, se convirtió en el principal adversario. ¡Qué tristeza! A pesar de lo cariñoso que era con su hermano fue orillado al mismo campo de batalla donde se encuentra el primogénito, fue orillado a sus propios pensamientos. De igual manera nos enclaustramos unos y otros.

El temor es el principal factor de nuestras limitantes. Jorge se decidió por el autismo en lo familiar y de esa manera obligó a Fernando a vivir sólo para sí mismo, sus buenas intenciones nunca fueron bienvenidas.

Tú y yo somos enemigos de la interacción, somos enemigos de nosotros mismos. Hemos optado por el autismo social y profesional. Me pregunto si algún día podremos vernos a los ojos y sonreír.

¿Seremos capaces de cruzar el umbral para darnos oportunidad de compartir? Mientras no tengamos el valor de hacerlo nos seguiremos viendo en el campo de batalla. En ese campo donde sólo me encuentro conmigo y donde tú únicamente peleas con tus pensamientos. Abre los ojos, mírame, que ya te he visto.


* Existe un desorden neurobiológico denominado Síndrome Asperger que provoca comportamientos cercanos al autismo y serias deficiencias en la interacción social.

Shock 28 de octubre de 2005, El Noreste


En bien del futuro de la humanidad, espero que seas estéril.
JOHN KENNEDY TOOLE, La conjura de los necios.

INMERSOS EN LA HORA DEL TÉ.
Por Juan pablo Matarredona

¿Quién lo iba a pensar, pero juro que te vi jugando al té?
Fue una experiencia gratificante, muy ilustrativa. Ahí estabas, con tus amigas imaginarias, todas alrededor de la mesa. ¡Qué finas! Y qué lindas conversaciones las suyas.

- Ji ji ji… ¡Ay, manis! Qué bien se ve el doctor Rivera hoy.

- ¿Ya viste? Vienen llegando los Lamantour.

No ha existido en este planeta una sola niña con tanta idea de lo que es ser de alta alcurnia como tú.

Sé que te suena raro, seguro te has quedado atónita, y más porque me doblas la edad, pero es verdad lo que te digo.

No soy un tipo que suela hablar de sus sueños, y lo que te cuento no es uno de ellos. Pero, en verdad, juro que te he visto jugar al té. ¡Y qué bien lo haces!

Algunos critican a la televisión porque no educa a la gente, pero les hace falta verte jugar con tus amigas, con los Rivera y con los Limantour, para darse cuenta de que la tele es una gran institución.

Es más, deberíamos abolir la literatura y los colegios; no enseñan nada, nos complican la existencia. En cambio, el dios televisivo hace lo más adecuado, nos simplifica la vida. Nos da, empaquetadas, personalidades en unas veinte presentaciones distintas. Nos enseña que cualquiera puede hacer lo que sea con el simple hecho de desearlo.

¡Qué ganas tengo de ser actor! Si no fuera por la tele, tendía que combatir enormes adversidades para conseguirlo; pero ella, la sagrada televisión me ha enseñado que puedo serlo. Bastará con hacer el intento de imitar lo que veo a través de su gran ventana al mundo, lo que ella, oráculo divino, me muestra.

¡Qué sencillo! Me aprenderé algunos diálogos de telenovela y con eso he de escribir una puesta teatral. La cochera de mi casa puede ser convertida en teatro, en fin, hay espacio y tiene muchas luces.

¡Ah, un teatro en la ciudad! ¡Y con montajes profesionales! Obviamente porque serán hechos por mí. Ya imagino la noche de estreno: Vendrán los Limantour, los Rivera y vendrás tú. Todos reunidos para continuar jugando al té, para seguir con esos juegos que llamamos sociedad y profesionalismo.

Shock 21 de octubre de 2005, El Noreste


Los silencios, pobres de ellos,
no son más que eso mismo, silencios.
JOSÉ SARAMAGO.

PRIMER LLAMADO A LA CORDURA
Por Juan Pablo Matarredona

¿Qué hago sentado aquí? ¿Qué hago escuchándole? Veo su boca, sus gestos, sus manos, pero no comprendo, será mejor abstraerme en mis pensamientos.

Letras… L, E, T, R, A, S… ¡Con ellas puedo formar palabras! Me han dicho que cada una de ustedes engloba un concepto, que cada una significa algo distinto. Pero nadie me ha explicado lo que acabo de descubrir.

Quién iba a pensarlo, pero ustedes representan sonidos. Sí, las interpreto de la misma forma en que lo hago con lo que penetra mis oídos. Ustedes son muy sabias, saben juntarse en sociedad, alguna vez oí decir que a sus familias les llaman frases. ¡Qué mejor manera para representar las ideas!

Pero hay que saber jugar con ustedes. Hay que conocer la manera más adecuada de acariciarles, hay que ser tierno cuando se está con ustedes. Alguna vez comprendí que cuando no se les trata bien dejan a un lado aquello que llamamos significado. ¡Ah! Por qué tantos no se han dado cuenta de algo tan elemental.

Bla, bla, bla… Le oigo, llegan a mis orejas unos fonemas; intentan trepar hasta lo más alto de mi razón, pero nadie les abre la puerta. Hace un gran esfuerzo por locutar, pero creo que menosprecia a los mejores amigos de las palabras; creo que es elitista con los silencios. Es increíble, sigue hablando, bla, bla, ¡blablando!

¡Silencio! Por favor… Shhh… Silencio…¡Qué bello es! ¿Lo escuchas? Es la mejor música. La música es una gran ruta de escape, te conduce a un paraíso que es único en cada experiencia. En ocasiones quisiera que esta canción nunca terminara; otras, prefiero interrumpirla, me atemorizan cada uno de los elementos que la componen: la calle, el viento, los árboles, las aves, los autos, las pisadas, las voces, las personas, todo, todo, absolutamente todo…me consume, hace que me de cuenta de lo insignificante que soy.

Una vez dibujé un partido de fútbol; no soy devoto del deporte, pero era un ejercicio obligatorio, uno de esos que imponen los docentes con el pretexto de un fin pedagógico. Una toma aérea, muchos puntos la circundaban, dentro del campo coloqué sólo veintidós, pero uno de ellos era distinto, tenía el control.

En el pesero (con “s”, pues se refiere a los pesos) no vi a nadie, sólo puntos…muchos puntos que subieron, se movieron y bajaron, todos entorno a mí…La música, el silencio…La nada…Sólo las voces de la conciencia, las de un ego megalómano. Hace tiempo no escuchaba la música del silencio, hace tiempo no tenía miedo. ¡Qué reconfortante sensación!